sábado, octubre 21, 2006

Más diseños de personajes

Ya están los cinco diseños que voy a enviar a BDBanda para el proyecto de serie "Treboada" (el título es provisional): con todos ustedes Quentin, Ishmael, Lex, Nico y la pequeña Eva.




¡Satisfacción!

Resulta que hoy he estado en Ourense, en la exposición de las obras ganadoras del concurso GZCrea (3 posts más abajo os enteraréis del asunto al completo), y no pudo ser mayor mi sorpresa al entrar en la sala de exposiciones de la Casa da Xuventude y toparme de bruces con mi comic.

"Qué raro", pensé al principio. Y "todavía más raro" maticé al ver que no estaba expuesta ni una, ni dos, ni tres páginas, sino toda la historia. El término pasó a "super-raro" cuando vi que sólo había cinco comics expuestos, y a "mega-raro" (y también "cómo mola") al saber que era uno de los cinco finalistas y que había sido seleccionado por el jurado para ser expuesto...

Así que... oficialmente, (y redundo en el asunto) ¡ya he expuesto!

Debo decir, además, que el nivel de los otros finalistas era muy alto. Altísimo, me pareció. La obra ganadora, "Gárgolas", nos daba a todos los demás participantes sopas con onda. Aunque no sé hasta que punto es lícito o procedente que le hayan entregado el tercer premio a Alberto Vázquez, un tipo que ya ha editado un álbum con la editorial Astiberri y que es autor del cartel del Salón del Comic que enmarca la exposición... más que nada porque el concurso era para no profesionales del medio.

De todos modos, yo con lo mío estoy algo más satisfecho, y es un pequeño pero importante empujón en cuanto a mis esperanzas de futuro...

Abecedario personal: A de Amigos

Si hay algo que tengo claro, es que uno no se mide por sus estudios, ni por su dinero, ni por lo que ha construido con sus manos o con su intelecto, sino por la gente que lo quiere. No por la cantidad (que importa, sí), sino más bien por la calidad. En mi caso me considero afortunado porque nunca me ha faltado esa persona (y hablo de forma genérica) a la que llamar cuando estoy aburrido, o cuando me siento de bajón, o cuando necesito ayuda, pero también cuando tengo buenas noticias o simplemente me apetece echarme las risas, y siempre he encontrado en dicha persona una disposición inmejorable y muchos motivos para comprender que he dado mi confianza a la gente adecuada.

Posiblemente me quiera incluso más gente de la que creo (porque uno es un poco mal pensado y a veces desconfía de los buenos sentimientos ajenos), pero como no puedo hablar por los demás, me conformo con estar seguro de la gente por la que yo siento aprecio. Son muchos y con cada uno tengo una relación diferente. Algunos son colegas a los que aún no llamo amigos porque no conozco lo suficiente; otros son gente a la que quizás estuve más unido en el pasado pero, no obstante, sigo llevando siempre conmigo (y los añoro más de lo que posiblemente le reconocería a cada uno cara a cara y en privado); otros son gente por la que pondría la mano en el fuego, por la que me la jugaría sin pensarlo dos veces.

Así que (tomad aire): a Eva (de la que podría escribir hasta caer muerto de viejo, porque es mi mejor amiga, y a veces mi hermana, y a veces mi madre y a veces -muy pocas- mi hija, porque me hace sentir querido e importante, porque lleva sugus y chocolate en el bolso y a su lado nadie tiene ganas de estar triste, porque supera cualquier ficción sobre gente buena -hazte a un lado, Amelie Poulain- y además es lista y divertida, y pronto se la rifarán todas las agencias de publicidad, y nunca se cansa de regalarle sonrisas a la gente); a Álvaro (que es mi sempai, mi hermano friki, mi mano derecha y mi pierna izquierda, mi amigodivx y mi alquimista fumeta, mi hemisferio derecho del cerebro ¿o tal vez el izquierdo?, mi consejero, la voz de mi conciencia cuando ésta se pone a imitar a Stitch, y que podría convertirse en el artista más grande del siglo XXI un día de estos, siempre y cuando ya pasen de las 2 del mediodía); a Torres (al que me une una relación que no podría explicar con palabras, un amalgama de cariño y admiración, respeto y fidelidad, confianza y fe, porque además de ser su amigo, soy también su primer fan); a Miguel (que es santo y poeta, filósofo y artista, erudito, valiente, sincero y definitivamente una de las personas más nobles y buenas que hayan pisado la faz de la tierra… y con el que tengo la mejor no-foto de todos los tiempos); a Damián (que es mi amigo más antiguo, y que apostaría el cuello a que seguirá siéndolo hasta el último día, que me venía a visitar en verano cuando yo estaba encerrado dibujando y con el que he tenido algunas de las mejores conversaciones sobre música y cine que recuerdo… aunque “Heat” no le parezca tan buena); a Guille (que durmió tres años en la cama de al lado, y tengo claro que con ningún otro habría aguantado más de tres días, y con el que aprendí tanto de tantas cosas que podría decir sin miedo que en mi vida hubo un antes y un después de él); a Esteban (que me enseñó lo que es ser bueno de verdad, y que aunque no todo el mundo merezca una segunda oportunidad, siempre habrá tíos como él dispuestos a regalártela, porque sí, porque son de puta madre); a Juan (y desmiento lo que dije antes sobre la cama de al lado, porque fue un compañero de habitación increíble durante unos meses muy chungos que pasamos en Pontevedra, y además es un pedazo de pan y el tío más divertido de España y parte del extranjero, ¡que sepas que se comenta que en Malasia hay un tío más divertido que tú!); a Ledi (que va a ser muy grande y salir en los libros de historia, y que hasta cuando la odio no puedo dejar de quererla con locura, y locura es lo que ella trae siempre a mi vida); a Mon (que desde que yo era un criajo fue mi venerable maestro y que es más de mi familia que muchos que comparten mi sangre); a Noelia (que fue un poco la mami de todos en la residencia, a su lado nos sentíamos unos vagos de cuidado, y consiguió que “Estadio Azteca” de Calamaro me parezca una canción el doble de buena, porque siempre que la escucho me acuerdo de lo valiente que fue); a Alicia (que fue más que una amiga, y cuando dejó de serlo se convirtió en mucho más todavía); a las niñas de Bellas Artes: Patri, Laurita, Coral, Rosalía, Xiana, Nené y Natalia (que en sueños tocó para mí el piano), y especialmente a Tere (a la que veo menos que al cometa Halley pero, al igual que éste, siempre que se la ve pasar resplandece como llama viva sobre el techo de la noche… que viva San Froilán y te toca pensar tema); a mis compañeros de piso: Javi (llamado Osi y también Cherokee, artista integral, cocinero de prestigio y artífice de noches en vela y siestas de 7 minutos) y Vale (que “patatín-patatán” y que también “ñañaña”, y sobre todo que “me duele pero aguanto, Oh Daesu”, y que espero que todo le esté yendo de arte en Cataluña); a Figaredo (que llamo así por no confundirlo con el otro Damián, aunque también podría llamarlo Draculín y todos nos reiríamos, algunos más y otros menos, y que es uno de esos tíos a los que puedes ver el corazón resplandeciendo bajo el pecho); a Regina, Sabela, Isa, Leti, Mónica, Anita y Natividad (aunque a ésta última no le veamos nunca el pelo); a los amigos de mi hermano (Parafas y Anita, Suso y el Mendas), que conmigo ejercen “de prestao” pero me hacen sentir siempre como uno más de la pandilla; a Isma, Marta y Cris (que salieron de mi vida y no han vuelto a entrar, pero que dejaron un hondo calado, y justo es que se les reconozca… espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse algún día); a Viti (que es un “crack” y que me alegró la existencia en Burdeos) y de forma muy especial a Emma (que me dio más vida en seis meses que mucha gente en seis años, y que gracias a ella la expresión “rigor mortis” siempre me hace esbozar una sonrisa maliciosa)… a todos ellos y al más importante, a mi hermano Javi, el mejor sin discusión, el primer super-héroe cotidiano del mundo real y la persona a la que todos deberían parecerse para acabar con los problemas del mundo (ha dejado a Jesús y a Gandhi en unos distantes 2º y 3er puesto, respectivamente)… a todos vosotros quiero deciros que… como era esto… ah, sí, el último en salir que cierre la puerta.

Los combates cotidianos: lo que de verdad cuenta

Hace exactamente un año descubrí a Manu Larcenet. A día de hoy, es uno de los 5 ó 6 autores de comic de los que intento no perderme absolutamente nada que se publique con su firma en nuestro país. Todavía no he leído ningún trabajo suyo que no sea rematadamente bueno. Pero si tuviera que quedarme con uno solo, sin duda sería con “Los combates cotidianos”.

“Los combates cotidianos” es una colección de, en principio, cuatro álbumes. “Lo que de verdad cuenta” es el título del tercero, que hace apenas unos días acaba de publicar Norma Editorial en nuestro país (en Francia se publicó en Marzo, tan sólo un par de semanas después de que me volviese a casa tras mi Erasmus, lo cual me jodió enormemente).

He aquí una breve sinopsis de la serie (la que aparece en la contraportada del primer álbum):

“Ésta es la historia de Marco, un fotógrafo de guerra que deja a su familia para vivir solo en el campo…

Ésta es la historia de Marco, un joven que deja de trabajar, que tiene ataques de pánico, que no quiere comprometerse, que quiere a su gato más que a nada en el mundo…

Ésta es la historia de Marco, que no sabe a dónde va.”

No conviene contar más sobre su argumento, porque es una de esas colecciones que se disfrutan mucho más cuantas menos ideas preconcebidas tiene uno. Pero sí se puede hablar de sensaciones. Y es que éste es un comic de sentimientos, sí, pero sobre todo de sensaciones. Sensaciones en cuanto a los personajes, complejos como los seres humanos que son, con cientos de matices en cada mirada, cada gesto, cada frase que dicen y cada frase que no acaban. Sensaciones también en cuanto al mundo en el que habitan, el real y, como reza el título, cotidiano. No hay grandes aventuras en esta serie. No hay nada que no pueda ocurrirme a mí, o a ti, o al vecino. Conversaciones con la familia y los amigos, un paseo por el campo, una visita al médico o un viaje en coche. Esas son algunas de las escenas a las que asistimos en “Los combates cotidianos”. Pero tan bien escritas, tan bien dibujadas, que resultan sencillamente reveladoras.

Porque también el dibujo está cargado de sensaciones. El texto es sublime, pero la auténtica fuerza de la serie está en su dibujo y, sobre todo, en su increíble narrativa. Muy pocos autores dominan el silencio como Larcenet. Su composición de página (ubicación de las viñetas, tamaño y forma de éstas, manejo de los planos y perspectivas) aunque aparentemente sencilla, demuestra una precisión asombrosa, y su uso de las panorámicas me parece, quizás, sólo comparable al de Hugo Pratt en su clásico “Corto Maltés” (y quien conozca algo a Pratt sabrá que eso son palabras mayores).

Su estilo de dibujo, aparentemente caricaturesco, aparentemente sencillo, aparentemente tosco, no es en absoluto lo que aparenta. Sí es brutalmente expresivo, absolutamente personal y, definitivamente, empático. Porque, al menos para mí, resulta imposible no empatizar con esos macacos cabezones, compuestos de líneas sueltas de tinta y rellenos de colores planos que, sin embargo, me parecen más vivos que muchos otros personajes surgidos del lápiz, tinta y cientos de otras técnicas pictóricas llevadas a cabo por ilustradores o dibujantes más realistas (o canónicos, si se prefiere) y posiblemente más susceptibles de admiración por parte de la platea general, y que no obstante no logran capturar “lo que de verdad cuenta”.

Es obvio que me gustaría recomendar “Los combates cotidianos” a absolutamente todo el mundo. No importa si se ha leído mucho, poco o nada de comic. Tampoco la capacidad para entrar por el aro de tejemanejes fantásticos o historias inverosímiles (porque aquí de eso no hay, tan sólo la vida, que no me parece poco). No importa la edad que se tenga, ni la ideología política (aunque es evidente que Larcenet es un tipo de izquierdas), ni el sexo ni la religión que cada cual profese. Todo el mundo puede acercarse sin miedo a la historia personal de Marco.

Cuando le dije a mi madre, mujer trabajadora, no lectora de comics y con sus ideas grabadas a fuego (como las de la gente adulta a la que ya le empieza a ser difícil cambiar su visión de las cosas), que quería dedicarme el resto de mi vida a dibujar comics, le pedí que se leyera este “Los combates cotidianos” y “Píldoras azules” de Frederik Peeters (del que hablaré, largo y tendido también, algún día de éstos). Después de leerlos, mi madre ha seguido pidiéndome más comics para tener siempre una lectura a mano en su mesilla de noche. Para mí, eso es una prueba de fuego en toda regla…

Si Dios está realmente en las pequeñas cosas, Manu Larcenet ha hecho de mí un auténtico creyente.

viernes, octubre 20, 2006

Concurso GZCrea

Resulta que ya se han otorgado los premios GZCrea a jóvenes creadores gallegos, y que yo participaba en el apartado “Banda deseñada” (que es el equivalente gallego del término “comic”). Debo reconocer que me hice mis ilusiones respecto a llevarme algún premio o, al menos, una de las tres menciones que también se conceden a los puestos 4º, 5º y 6º. Pero, cosas de la vida, me he quedado fuera del palmarés.

Ahora que ya ha pasado el período de deliberación y que ya puedo hacer pública mi obra (hasta ahora debía guardar cierto secretismo al respecto, para, en teoría, no influir en el jurado), cuelgo aquí un par de páginas para que podáis juzgar por vosotros mismos.

Yo, pese a todo, sigo estando orgulloso del resultado.



Resta, por supuesto, echarle un ojo al trabajo de los ganadores, más que nada por curiosidad malsana (y, reconozcámoslo, envidia cochina).

domingo, octubre 15, 2006

Primeros diseños para "Treboada"

Estoy trabajando (en mis escasos ratos libres) en una propuesta para un comic para la revista BDBanda. Ya tengo una sinopsis argumental más o menos concreta, así que ahora me queda terminar los diseños de personajes y hacer una página completa para enviarla a los responsables de la revista antes del 1 de Noviembre (¡uf! va a ser matador).

Por lo de pronto, aquí os dejo los primeros diseños a lápiz de Quentin (el tigre), Ishmael (el elefante) y la capitana Lex...


Y también el aspecto que tendrá el tigre Quentin a color, que lo acabé este fin de semana antes de la fiesta de cumpleaños de mi hermano en Santiago (desde aquí aprovecho para agradecer a Nocciolita su increíble tarta de chocolate, eres mi diosa, ya lo sabes). Después de la fiesta, como era de esperar, imposible pensar en ponerme a potochopear...


Bueno, a ver si alguien se anima y me hace críticas (de las buenas y de las no tan buenas). Ya sé que los personajes tienen un tufillo muy Disney (como dijo mi hermano: "la capitana acaba de llegar de descubrir el jodío planeta del tesoro, ¿no?"), pero la serie estaría dirigida a un público juvenil y no puede haber violencia, sexo y demás cosas de esas que dan color a la vida... Así que pensé que lo mejor sería hacer una de aventuras de las de siempre, con ese toque empático (comercial) que aportan los animalillos antropomórficos...

De faunos, laberintos y posguerras


Se hizo esperar, pero por fin esta semana pude ver en el cine la nueva película de Guillermo del Toro, “El laberinto del fauno”, uno de esos proyectos que sólo por existir ya merecen la pena. Y es que poco se prodiga el género fantástico en la cinematografía patria, y mucho menos con un nivel de calidad tan alto como en este caso.

Ha tenido que venir un director y guionista mexicano a reivindicar la capacidad de crear mundos soñados sin salir de nuestras fronteras para que un descreído como yo recupere, al menos un poco, la fe en el cine hecho en casa. Porque lo cierto es que, tras el desastre (en términos cinematográficos) de “Alatriste”, pocas ganas me quedaban de esgrimir cualquier tipo de argumento en defensa de nuestra precaria industria.

No digo que “El laberinto del fauno” sea una obra maestra del séptimo arte, porque aunque visualmente es preciosa (palabra que no me gusta emplear habitualmente, porque, por alguna oscura razón que se me escapa, me hace sentir poco masculino, pero que en este caso viene como anillo al dedo) y las interpretaciones de todos los actores y actrices brillan a gran nivel, a nivel argumental no me acaba de funcionar la solución final que del Toro toma para reivindicar fantasía y realidad a partes iguales (y los que la hayan visto, supongo, comprenderán lo que quiero decir). Además, la primera imagen de la película está indudablemente de más, y alguna decisión de casting chirría bastante (estoy pensando en un actor que, aún teniendo una sola frase en toda la película, tira por tierra mi suspensión de la credulidad en un momento crucial en el que lo que uno más desea es creer de todo corazón, y no digo más para no destriparle la peli a nadie).

Pero hay mucho y muy bueno en este laberinto, como una Maribel Verdú desconocida para mí, haciendo el papel de su vida; o un diseño de producción impecable, mejor que el de muchas de las supuestas superproducciones que vienen de Hollywood; o un Álex Angulo que rebosa humanidad en cada mirada; o algunas escenas sencillamente sublimes, como toda la correspondiente a la segunda prueba, con ese ser turbador con ojos en la palma de las manos; o un dominio de la cámara que demuestra lo mucho que se ha ido puliendo con el tiempo Guillermo del Toro como director; o, sobre todo, un Sergi López inmenso, que compone uno de los mejores villanos del cine reciente, todo un símbolo de lo que una época en concreto (la posguerra española) supuso para un país que no podía permitirse creer en los cuentos de hadas, y que demuestra que, aunque no sean los que más revuelo causan, existe un grupo de actores españoles que nada tienen que envidiar a “roberdeniros” y “alpachinos” (y me vienen a la cabeza otros grandes de nuestro cine como Eduard Fernández o Javier Bardem).



Si no fuera por los defectos antes mencionados, estaríamos hablando de una película sobresaliente que, pese a todo, se queda en un merecido notable alto, y mi más rotunda recomendación para quien quiera constatar que sí, que todavía hay esperanza: el cine español no está muerto.

Super-héroes y política

Este fin de semana me compré el segundo tomo de la serie “Ex Machina”, publicada pr Norma Editorial en nuestro país y guionizada por Brian K. Vaughn y dibujada por Tony Harris.

El primer tomo había sido una muy agradable sorpresa, sobre todo por lo (relativamente) novedoso del planteamiento: Mitchell Hundred es un ingeniero que trabaja para el ayuntamiento de Nueva York al que un día, mientras supervisa las condiciones de los pilares del puente sobre el río Hudson, un artefacto sumergido le explota en la cara y le otorga el poder de escuchar a las máquinas y poder comunicarse con ellas. Influido por los comics de superhéroes con los que tanto disfrutó en su niñez, Hundred se pone un uniforme cutre, se construye un reactor para volar con él colgado a la espalda y comienza a impartir justicia bajo el nombre de “la Gran Máquina”. Hasta aquí, todo bastante ramplón.

Lo interesante viene después: al comprobar que la acción de un superhéroe poco puede hacer para cambiar realmente las cosas para mejor, Hundred decide dejar la vida de justiciero urbano, hace pública su identidad secreta y toma la determinación de conseguir su meta de hacer de la ciudad de NY un lugar mejor de un modo mucho más pragmático: presentándose a alcalde.

Por una pirueta del destino (que no pienso desvelar aquí, pero que me parece un golpe de guión sublime), Hundred logra la victoria en las elecciones, y se convierte en el jefe político de la ciudad más icónica de los desquiciados Estados Unidos de América. Y aquí es donde empiezan los auténticos problemas: porque el protagonista deberá enfrentarse a peligros tales como decidir la legalidad de las bodas homosexuales, decantarse a favor de la censura preventiva o de la libertad de expresión cuando un cuadro que podría interpretarse (o no) como racista es expuesto en un museo local financiado con fondos oficiales o posicionarse en el tema de la legalización de la marihuana… Temas que cada día vemos en las noticias, a los que los políticos del mundo real también deben enfrentarse, y donde no sólo importa el factor moral (que sí tiene un gran peso) sino que también influye la imagen pública que estas decisiones puedan proyectar sobre la persona que las tome.

Y sí, también hay toques de ciencia-ficción, y un gran misterio en torno al auténtico origen de las habilidades metahumanas del alcalde Hundred, y alguna escena de acción (aunque muy contadas), pero lo fascinante de este comic es ver como un idealista, un ex-superhéroe, se enfrenta, sin usar los puños, sólo con las armas propias del arte de la política, a los problemas de un sistema imperfecto, lleno de desigualdades y donde lo correcto y lo incorrecto normalmente no coinciden con lo que conviene o no conviene hacer para que las cosas estén lo menos mal posible.

Este gran planteamiento, más cercano a “El ala oeste de la Casa Blanca” que a Supermanes y compañía (sin desmerecer a estos últimos, ojo), no sería viable si Brian K. Vaughn no hiciese el que hasta ahora es el trabajo de su vida. Porque, siendo sinceros, por mucho que uno pueda alabar el dibujo de Tony Harris (un tío que desde su excelente “Starman” junto a James Robinson no ha hecho sino mejorar), el auténtico atractivo de esta serie es lo jodidamente bien escrita que está.

No podría afirmar que Vaughn sea uno de mis guionistas de comic favoritos. Me gusta su “Y, el último hombre”, aunque no pase de ser un comic divertido sin más, y su “Runaways”, aunque entretenido, me parece profundamente sobrevalorado. Además, siempre me deja la sensación de que se le da mucho mejor comenzar los arcos argumentales que terminarlos.

Es por ello que este segundo tomo de “Ex Machina” me ha sorprendido tanto. No sólo tiene un arranque prometedor, sino que, al contrario que en sus trabajos precedentes, Vaughn escribe un final de saga cojonudo de verdad, consiguiendo atrapar al lector hasta el final y dosificando perfectamente el componente de thriller en medio de una trama política muy bien resuelta. A esto hay que sumarle la retahíla de detalles curiosos que este guionista acostumbra a introducir en sus guiones (cientos de referencias a películas, canciones, acontecimientos históricos y un montón de cosas más) que consiguen dar vidilla a los diálogos que Vaughn pone en boca de sus personajes y que hacen que nos demos cuenta de que éstos habitan el mismo mundo que nosotros (o casi).
En conclusión sólo puedo decir que, aunque habrá que estar atentos a la evolución de la colección en los muchos números que aún quedan por publicarse, actualmente “Ex Machina” es una de las series más interesantes y entretenidas del panorama comiquero actual, y todo un soplo de aire fresco en un género, el de los superhéroes, que cada vez parece deparar menos sorpresas.

jueves, octubre 12, 2006

Serpientes en el avión

Vale. Me lo merezco. Porque, seamos sinceros: ¿a quién se le ocurre ir al cine a ver una peli con este título y creer que podría gustarle lo más mínimo? Conste que puedo escudarme en que la decisión no fue enteramente mía, ya que fue el maldito pelirrojo que me acompañaba (mi amigo Guille, un hombre único que acabará saliendo en los libros de texto sobre periodismo, y si no tiempo al tiempo) quien propuso el engendro protagonizado por Sam L. Jackson (sí, le gusta que los amigos le llamen Sam) mientras que mi opción era la presumiblemente cursi "World Trade Center" de Oli Stone. Pero lanzamos la moneda al aire y salió cara, o sea, serpientes... (aprendamos de esto una valiosa lección: el bipartidismo es un mal sistema, tanto para la política de los EE.UU. como para la decisión de películas con moneda al aire).

No voy a hacer una crítica pormenorizada de la peli, faltaría más. No merece la pena. La haré en unos días de "El Laberinto del Fauno" (mi gran esperanza cinéfila de la temporada), o de alguna otra que se merezca algo más que estas dos palabras: MENUDA MIERDA.

Si algún novio con ganas de meter mano en una sala oscura, alguna chica con ganas de pasar miedo y abrazarse a uno de vosotros o algún amigo con tiempo libre y hambre de palomitas os ofrece pasar a su lado estos 90 minutos del más puro guano cinematográfico, hacedme un favor: huid.