lunes, diciembre 25, 2006

Navidad

En principio no pensaba ni mencionar el hecho de que hoy es Navidad. Para un ateo convencido como yo, el nacimiento hace 2.000 años del hijo de un carpintero a 10.000 km de mi casa se me antoja menos importante que el pedo de un violinista.

Así que me dije: vete en plan duro y no felicites a nadie, que se vean tus convicciones a tope, tu sentir anticlerical y tu repulsa hacia toda religión conocida.

Pero llego ahora (son las tantas de la mañana) a mi casa después de una pedazo de cena en el piso de mi tía, anfitriona impecable (como el estilo de García Márquez, jejeje – broma personal para mi más amiga invisible, aunque supongo que el invisible soy yo, ¿no? – ), y resulta que me pueden los buenos sentimientos y las ganas de sentirme agradecido.

Tengo pocas ocasiones, cada vez menos, de pasarlo realmente bien con mis padres.

Supongo que hay un desfase generacional inevitable. Supongo que es imposible verlos como a unos amigos (porque no me engaño, no lo son… cojones, que son mis padres). Supongo que no disfrutamos igual de las mismas cosas. Pero esta noche, después de tanto tiempo de reñir, de tirar y aflojar, de tener buenos y malos días y de enfadarme (y enfadarse) a veces sin motivo aparente (y a veces sin motivo, y punto), tuve una cena familiar perfecta, de esas de charla de sobremesa y vinito del bueno, que cuando se acaba la conversación (porque alguno de los comensales ya está un poco cocido) alguien saca una guitarra y se pone a tocar y cantar, y otro se pone al piano (sí, tengo una de esas familias funambulistas en las que hay de todo, como si fueran personajes de una novela de Mario Puzo), y se empieza con los típicos villancicos y se acaba con temas de los Beatles, Ray Charles, Adriano Celentano o Roberto Carlos. Incluso nos atrevimos con el “Something stupid” de Frank y Nancy Sinatra (que hace falta valor, ¿eh?).

Así que canté a dos voces (y a tres, y a muchas más) con mi hermano, con mi madre y con mi padre, con mi padrino y con mis tíos, y reímos e hicimos bromas, y fuimos unos irreverentes (y mi tía-abuela la del Opus tuvo que comerse los nudillos, pero que se joda, jeje), y bailamos como go-gós en el salón/comedor (incluso apareció por ahí un sombrero de cowboy, que ya sabéis el juego que da). Y, contra todo pronóstico, nada salió mal y no hubo discusiones, ni movidas, ni malos rollos, ni trapos sucios, ni puñaladas, y todo el mundo estuvo simpatiquísimo y nadie tenía otra intención que no fuera pasárselo en grande.

Y yo pensé: “joder, 2.000 años de esclavitud intelectual, de falsa moral castrante, de imposiciones estúpidas y prejuicios aberrantes… y al final, después de todo, sí hay algo por lo que alegrarse entre todo este cuento de la Navidad.”

Así que, contradiciendo todo en lo que creo: Feliz Navidad, gentuza.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonito, muy bonito. Yo llegué a esta navidad con el mismo propósito de no felicitar la navidad sino felicitar, en todo caso las fiestas, porque al fin y al cabo, a quién no le gusta estar en fiestas?. lo malo es que son fiestas un tanto alienantes en que parece que hay que estar felíz por cojones.
Así que si te has sentido a gusto, felices fiestas crack!