sábado, febrero 28, 2009

Una breve declaración política

Para los vascos y gallegos (entre los que me incluyo), mañana domingo, 1 de marzo, toca votar.

Como siempre, la campaña electoral ha sacado lo peor de todos y cada uno de los candidatos (despilfarros, secuestros de ancianos, amiguismos eólicos, tramas de corrupción, etc., etc.), y poca o ninguna esperanza ha dado a los votantes, que una vez más nos las vemos con la dura tarea de elegir al menos malo.

Pero no voy a caer en simplismos como afirmar que “todos los políticos son iguales” o que “da igual quien gobierne, los que de verdad mandan son otros”. Eso es una mala excusa para no cumplir con nuestro deber democrático (y que, no puede negarse, favorece a ciertos partidos que se benefician de la abstención). No podemos permitirnos ser cómodos, mucho menos dejar que otros elijan a quienes nos van a gobernar durante los próximos cuatro años.

No es un sistema perfecto, pero es el que tenemos. Y, lo más importante, no votando lo único que hacemos es insultar la memoria de aquellos que lucharon y murieron por la libertad durante una época mucho más oscura que la actual.

¡Así que votad, malditos!

La tramposa entrada sin título (al menos por ahora)

Advertencia:

Querido lector: a continuación viene un considerable tocho de texto (totalmente libre de spoilers) dedicado a “Watchmen”, el comic en el que se basa la película que se estrena en cines el próximo 6 de marzo. Sé que las entradas etiquetadas como “comic” son las menos leídas de este blog, así que probablemente ya hayas pasado olímpicamente de esto que ahora mismo estoy escribiendo. Pero si tienes algo de paciencia y prosigues con su lectura, puede que descubras un par de datos curiosos sobre mí, sobre mi vida sexual, sobre mi gato y sobre este blog que un servidor actualiza siempre que buenamente puede.

Y ahora, sin más dilación, te dejo con esta entrada renombrada para la ocasión…


…Watchmen: el comic

Leí por primera vez “Watchmen” la semana en que cumplí 16 años. Yo estaba pasando unos días en Madrid en casa de mis tíos cuando Mon, mi primo mayor, me descubrió un mundo de viñetas a años luz de mis lecturas habituales por aquel entonces (que incluían un montón de olvidables series manga y tebeos de super-héroes dibujados por los execrables Jim Lee, Todd McFarlane o Rob Liefield). Gracias a Mon, en el lapso que va de un domingo al siguiente descubrí obras que me marcarían tanto como “The Sandman”, “Predicador” o el primer “Sin City” (ése que ahora se hace llamar “El duro adiós” y que es la única historia de la colección que realmente merece la pena). Fue, a todos los efectos, mi epifanía como lector de comics.



De entre todas aquellas maravillosas lecturas la que más me impresionó fue, sin duda, “Watchmen”. Pese a que el dibujo no me parecía especialmente “cool” (recordemos que hasta aquel momento yo era un fiel seguidor de series como “Spawn” o los primeros “WildC.A.T.s”), el tratamiento de la historia, los personajes, el contexto político, los diálogos… todo lo relativo al guión, en resumidas cuentas, me dejó en auténtico estado de shock. En aquel primer momento no pude apreciar las excelencias formales y estructurales de la narración pero, en el más básico de sus muchos niveles de lectura, “Watchmen” me marcó a fuego.

Desde entonces, como ya he dicho antes, han pasado 10 años en los que he seguido descubriendo autores, títulos y géneros que han ido destruyendo poco a poco mis prejuicios hacia obras aparentemente menos accesibles para el gran público, demostrándome que las capacidades del comic como medio de expresión artística son infinitas, al nivel del cine o la literatura (y superándolos en algunos aspectos).

Pero “Watchmen” ha seguido siendo no sólo mi tebeo favorito, sino también mi obra de ficción predilecta en cualquier medio. No estoy diciendo, ojo, que “Watchmen” sea el mejor comic de todos los tiempos. Es mi favorito, el que más me gusta a mí, al que más cariño le tengo; punto.


Por eso, entre otras cosas, siempre me he sentido reacio hacia su adaptación cinematográfica. Salvo milagro (y Zack Snyder no es Jesucristo, puedes jurarlo), la película que se estrena dentro de unos días supondrá un nuevo ejemplo de cómo la industria cinematográfica, herida de gravedad en cuanto a su capacidad para generar historias originales, tira del éxito fácil que han supuesto las recientes adaptaciones de tebeos de super-héroes a la gran pantalla e intenta anotarse el tanto comercial definitivo trasladando al celuloide la que se supone “vaca sagrada” del género. El error (el más abultado de todos los que esta traslación supone) es que “Watchmen” no es un tebeo de super-héroes.

“Watchmen” es, ante todo, un intento por llevar a los justicieros enmascarados a un terreno que hasta entonces no habían conocido, el de la plenitud formal. Es la gran apuesta de Alan Moore y Dave Gibbons por una historia que se valiese de unas claves genéricas aparentemente limitadas para competir en igualdad de condiciones con cualquier obra maestra del arte del siglo XX. Pero, para poder llevar a cabo este titánico cometido, Moore y Gibbons debieron en su momento tomar una decisión trascendental: aproximarse al género desde fuera del género.

“Watchmen” no es un comic DE super-héroes sino un comic CON super-héroes. Súper-héroes, por cierto, tan plagados de vicios y defectos como lo estuvieron en su día los dioses del panteón greco-romano. Súper-héroes a los que reconocemos como tales únicamente por sus uniformes, pues sus actitudes reflejan peligrosos estados de psicosis y paranoia (Rorschach), convicciones maquiavélicas (Ozymandias) o la amoralidad en su estado más puro (el Comediante). “Watchmen” es, en definitiva, un drama filosófico que disecciona el concepto del súper-héroe sin adscribirse más que aparentemente al género.



Mientras las agujas del reloj del juicio final avanzan inexorablemente hacia la medianoche, Alan Moore propone con su guión una reflexión sobre la dualidad entre la razón metafísica y el azar más descorazonador, la invalidez del conocimiento científico frente a las vicisitudes de los sentimientos, el valor de la vida como milagro termodinámico o la condición eternamente beligerante del ser humano.

Con todo, no es éste el auténtico gran avance que “Watchmen” supone como tebeo (aparentemente) súper-heroico. Si en el fondo se trata de una obra sobresaliente, en la forma se erige como el comic protagonizado por “cachas empijamados” más revolucionario de todos los tiempos. La estructura de “Watchmen” es complejísima: está dividido en 12 capítulos en clara alusión a las 12 horas del ya mentado reloj del Apocalipsis, los cuales suman 360 páginas, trazando una circunferencia perfecta (quien tenga la serie a mano, que le eche un ojo a la primera viñeta del número 1 y a la última del 12). Cada uno de esos 12 capítulos responde a una sub-estructura propia; como el número 5, que propone un intrincado juego de espejos dentro y fuera de la narración (la planificación temática y visual de las 14 primeras páginas se corresponde con la de las 14 últimas, haciendo referencia al título del episodio, “Terrible simetría”); o el 7, “Hermano de dragones”, narrado en un falseado tiempo real como si se tratase de una sola escena; o el 4, que utiliza de forma intensiva (y razonada) el recurso del flash-back y flash-forward para darnos a entender la particular percepción temporal del Dr. Manhattan; y así con todos y cada uno de ellos. Cada número de “Watchmen” hace uso de una infinidad de recursos narrativos combinados con una inteligencia y capacidad de comprensión del medio que consigue que, con cada nueva relectura de la obra, servidor descubra algo que se le había pasado por alto en todas las ocasiones precedentes (en ésta última revisión, previa a la escritura de esta entrada, descubrí entre otras cosas la estructura narrativa oculta en las viñetas 2, 4 y 6 de la página 4 o la relación entre la disposición de las viñetas de las págs. 1 y 26; todo ello solamente en el primer capítulo). Mención especial merece la integración entre texto y dibujo, alcanzando niveles de perfeccionismo delirantes, que harían sonrojarse a casi cualquiera de los supuestos guionistas “hot” que hoy en día nutren el mainstream americano.


En la contraportada de la edición de “Watchmen” que poseo íntegramente (la de Norma Editorial del año 2000; nunca conseguí encontrar los 3 últimos números de la primera edición española de Zinco en cuadernillos grapados), una cita de la revista “Q” proclama que nos encontramos ante “el comic más avanzado de la historia, eleva este medio de simple entretenimiento a la categoría de obra de arte”, mientras que otra de “Time Out” la califica como “la primera serie en más de 30 años que asume que la gente sigue leyendo comics cuando deja atrás la adolescencia”. Estas citas por sí solas no son más que chorradas (se nota que las escribió gente que no tiene ni puta idea de quiénes son o eran Will Eisner, Hugo Pratt, Milo Manara, Osamu Tezuka o Moebius), pero no dejan de tener cierto valor entendidas en el contexto en el que “Watchmen” se editó por primera vez en EE.UU. en 1986.

El problema, creo, es que la industria asumió su publicación como un antes y un después dentro del comic de super-héroes, sin darse cuenta de que sólo existió el antes. “Watchmen”, al igual que hizo Nietzsche con Dios o el vídeo-clip con la estrella de la radio, mató al super-hombre y lo dejó bien muerto. Alan Moore declaró en alguna entrevista que en el momento de dar a luz esta obra creía que conseguiría cambiar la perspectiva con que los autores abordarían el género super-heroico de allí en adelante. Y así sucedió, pero no de la forma en que Moore suponía. Cegados por la moralidad ambigua y la violencia (tanto física como psicológica) de que hacían gala los supuestos héroes de “Watchmen” (y también el Batman de “El regreso del señor de la noche” de Frank Miller), toda una generación de guionistas y dibujantes se alió para convertir a los super-héroes en gentuza violenta con un carro de traumas, dando lugar a anti-héroes torturadores y torturados como el Spawn de McFarlane (que antes mencionaba) o unos Punisher o Lobezno más desmadrados que nunca. No obstante, la precisión formal de “Watchmen” debió pasar desapercibida para estos mismos autores sedientos de sangre y sexo que no supieron entender los verdaderos valores de la obra de Moore y Gibbons.


Y ahora: ¿qué podemos esperar de “Watchmen”, la película? Se sabe que será una adaptación bastante fiel al comic, obviando algunas sub-tramas (el comic que lee uno de los personajes secundarios de la historia, “Cuentos del navío negro”, será en breve editado en DVD como cinta de animación, junto a un documental que viene a cubrir el hueco de los extractos literarios que se incluían al final de cada capítulo) y cambiando algunos detalles del final (o eso han asegurado numerosas fuentes), aunque presumiblemente no su significado. Pero lo que está claro es que no podrá respetarse la caligrafía del comic, porque el cine y el tebeo son dos medios artísticos con resortes narrativos distintos y lo que vale para uno es inviable para el otro (como ya se demostró en el “Sin City” de Robert Rodríguez). Temo que en “Watchmen” esta inadaptabilidad juegue drásticamente en contra de una película que, ya sólo a tenor de las decisiones estéticas vistas en los trailers (cámaras lentas a tutiplén, escenas de acción hiper-mega-guachis de la muerte), perderá de forma inevitable el marcado tono desmitificador y casi ridiculizante con que abordaba a los personajes su perfecta versión viñetera.

Buena pregunta ésa que puede que te estés haciendo mentalmente: “Si ya piensas eso ahora, Jero, ¿para qué carajo quieres ir a verla al cine?” Y aún así, iré. Y dejaré constancia de ello aquí, en el Abismo. Y, si me gusta, me tragaré todas y cada una de mis palabras. Y, si así sucede, me alegraré de tragármelas.


Ah, lo prometido es deuda: el capítulo 6 de “Watchmen”, dedicado casi íntegramente a Rorschach (personaje del que toma su nombre mi gato –aunque finalmente decidimos abreviarlo a un mucho más cómodo Ros-) se titula “El abismo te devuelve la mirada”. Así pues, de “Watchmen” (y no de la obra de Nietzsche “Más allá del bien y del mal” donde esa frase fue enunciada por vez primera) sustrajo un servidor el nombre de este blog que ahora lees.
Oh, y lo de mi vida sexual era mentira, un burdo reclamo publicitario. Pero si has leído toda la entrada significará que ha funcionado (igual que funciona a diario en “Dolce vita” o “Donde estás corazón”). Me alegro, pero no por ti.

jueves, febrero 26, 2009

"...hace ¡ting! mi campanilla..."

“No te crees nada de lo que digo
Sólo quieres ser mi amigo
Pasas el rato conmigo
Cine y luego de bar en bar

- No tengo ni calderilla - dices
Fumando una colilla
Tu sonrisa entre patillas
De pirata en alta mar

Y me enciendo como una cerilla
Y hace ¡ting! mi campanilla
Cuando me rozas con la hebilla
De tu negro cinturón
(…)”


[No me gusta nada el personaje de “Nicole-Kidman-yonki-con-carreras-en-las-medias” que se ha construido Christina Rosenvinge. No me gusta lo que hizo con Nacho Vegas en “Verano fatal” (¿el peor disco del asturiano?). No me gustó nada verlos a ambos en directo en el teatro Rosalía de A Coruña hace un par de años: fue una decepción en todos los aspectos (y además fue ella quien interpretó “El hombre que casi conoció a Michi Panero”, arruinándome uno de los momentos más esperados del concierto).

Comprenderéis entonces la rabia que me da reconocer que su nuevo disco, “Tu labio superior”, me ha gustado un montón. Con las ganas que tenía de saltarle a la yugular en cuanto escuchase sus nuevas canciones… Pues nada, esta vez no hay ni un pero que ponerle. Con temas tan estupendos como “Anoche (el puñal y la memoria)”, “Eclipse”, “Tres minutos”, “Animales vertebrados” o esta “Negro cinturón” cuyos versos parafraseo al principio de la entrada, la tipa se ha blindado contra mi desprecio.

Pero esto no quedará así. En cualquier momento cometerás un error y yo estaré ahí, agazapado, esperando mi oportunidad. La próxima vez no tendrás tanta suerte, Rosenvinge.]

El último pene de la Tierra

¿Qué tienen en común “Lost”, Shakespeare y un mono capuchino?


Respuesta: un señor llamado Brian K. Vaughan.

Vaughan es miembro del equipo de guionistas de la celebérrima serie de televisión creada por J.J. Abrams y Damon Lindeloff (su subió al carro del programa, si mal no recuerdo, en la tercera temporada), pero es más conocido por sus trabajos como escritor de comics, siendo “Y, el último hombre” el más popular de todos ellos.

Esta serie, publicada dentro del sello Vertigo de DC Comics y que hace tan sólo unos días ha visto por fin concluida su andadura en nuestro país (de ahí el motivo de esta reseña), narra la odisea de Yorick (que, al igual que su hermana Hero, debe su nombre a un personaje de William Shakespeare), un chaval de veintipocos años licenciado en literatura inglesa y aficionado al escapismo que se convierte en el último ser humano varón sobre la faz de la tierra cuando una misteriosa plaga elimina de un plumazo a todos los portadores del cromosoma Y. Tan sólo otro ser masculino ha sobrevivido: el mono capuchino Ampersand, recientemente adoptado por Yorick como mascota.

Ayudado por una agente secreta del gobierno estadounidense que responde al críptico nombre de 355 y por una genetista chino-americana, Yorick partirá de EE.UU. en busca de su novia Beth, cuyo último paradero conocido es Australia. Por el camino, claro, un montón de tías (soldados israelíes, amazonas, ninjas, supermodelos reconvertidas en enterradoras, etc.) querrán hacerse con el valioso último pene del planeta Tierra, aunque casualmente casi ninguna por los motivos que os estáis imaginando.


La serie tiene en el “Predicador” de Garth Ennis y Steve Dillon su más claro referente (de hecho incluye un guiño/homenaje bastante significativo al respecto), no tanto a nivel argumental como por el tipo de historia que ambiciona contar, estructurando el argumento como una incansable búsqueda que llevará al trío protagonista a recorrer un buen montón de países, descubriendo por el camino qué fue lo que provocó la desaparición de todos los machos del mundo.

En mi opinión, Vaughan es un tipo con buenas ideas que casi siempre flojea en los desenlaces y las explicaciones (miedo me da, por tanto, que sea uno de los responsables de cerrar tramas en mi querida “Lost”), pero a su favor juega una capacidad espectacular para escribir diálogos ágiles y divertidos y una gran facilidad para colarnos decenas de referencias culturales por episodio sin que chirríe en absoluto.

En la parte gráfica tenemos a Pia Guerra, una dibujante del montón que consigue resolver con solvencia la tarea de ilustrar los guiones de Vaughan, pero poco más. Tampoco la serie exige grandes alardes narrativos: conque el dibujo sea claro y la acción fácil de seguir bien llega.

Es por ello que “Y, el último hombre” es una serie divertidísima y que se devora compulsivamente, pero que nunca alcanza los niveles de excelencia de otras colecciones de similares pretensiones (la mentada “Predicador”, sin ir más lejos). Se trata, por consiguiente, de una lectura recomendable pero que no pasará a los anales de la historia del comic.

La serie ha tenido un éxito bastante importante en el mercado anglosajón, debido a lo cual (y como no podía ser de otro modo) el mundo del cine ya ha mostrado un gran interés en llevar a cabo una adaptación para la gran pantalla, siendo David Carusso y Shia LaBeouf (que ya trabajaron juntos en “Disturbia” y “La conspiración del pánico”) los candidatos que suenan con más fuerza de cara a dirigirla y protagonizarla, respectivamente. A ver en qué queda la cosa…

lunes, febrero 23, 2009

Tesis sobre el dolor

Apenas unas horas antes de la entrega de los Oscar me di el gustazo de olvidarme durante un rato de la mesa de dibujo y del Photoshop y me fui al cine a ver “El luchador”, la película por la que Mickey Rourke y Marisa Tomei eran candidatos a mejor actor y mejor actriz de reparto, respectivamente.


La cinta, dirigida por Darren Aronofsky (“Pi”, “Réquiem por un sueño”, “La fuente de la vida”), narra la decadencia de Randy “The Ram” Robinson, luchador de wrestling en horas (muy) bajas que en la década de los 80 fuera una super-estrella del mundillo.

“El luchador” aborda la vida del protagonista desde dos ángulos distintos pero complementarios: por un lado su autodestrucción física (no sólo a base de recibir hostias en los combates, sino también debida al uso y abuso de todo tipo de drogas anabolizantes); por el otro, su incapacidad para afrontar las relaciones humanas, que le resultan un terreno mucho más duro e inhóspito que ese cuadrilátero libre de desengaños y frustraciones que se ha convertido en su auténtico hogar.

El retrato que “El luchador” hace del mundo del wrestling es patéticamente enternecedor, con esos falsos enemigos acérrimos que pactan sus combates con una profesionalidad ridícula (aunque eso no evite que los golpes duelan y que la sangre salpique el cuadrilátero) y que al terminar el show se van juntos de copas como colegas.

Aronofsky adapta su caligrafía visual a las exigencias del relato y cambia por completo su estilo como realizador (anteriormente caracterizado por un uso exhaustivo del montaje y de la música como principales herramientas narrativas), desvistiéndolo de artificios y guiando al espectador tras los pasos de Randy con una cámara en mano que confiere a la cinta la cercanía y anti-épica que la historia de este gladiador acabado pide a gritos. Esa misma cercanía consigue que sintamos cada golpe propinado en el ring con tal realismo que en más de una ocasión nos descubriremos soltando un “ouch” de dolor osmótico, pero también que veamos a Randy no como personaje de ficción sino como un ser humano de carne y hueso, lleno de matices y claroscuros (más oscuros que claros, me atrevería a añadir).


Hablar de “El luchador” implica inevitablemente destacar la soberbia interpretación de Mickey Rourke, a quien a los pocos minutos de película ya no visualizamos como ese actor caído en desgracia que busca una última y desesperada oportunidad de volver a la palestra sino como a un auténtico profesional del pressing-catch con el alma y el cuerpo desfigurados a la par. Aunque Sean Penn se perfilaba como una estupenda segunda opción para alzarse con el reconocimiento de la Academia en esta última edición de los Oscar, lo cierto es que Rourke era, de acuerdo con mi personal e intransferible criterio, el actor que más se merecía dicho galardón.

También Marisa Tomei está estupenda en el papel de stripper a la que Randy recurre cuando se siente solo y necesita hablar, ya sea de sus glorias pasadas o de la hija a la que abandonó años atrás. Tomei, además de lucir un físico espectacular (con cuarenta y tantos años a sus espaldas), consigue que nos olvidemos del manoseado arquetipo de “bailarina-madre-superviviente” insuflando sentimiento y autenticidad a su personaje.


Pese a sus irregularidades, nacidas de un guión que no elude numerosos lugares comunes del cliché de “celebridad caída en desgracia en busca de una segunda oportunidad” (cuya otra cara de la moneda, amable y complaciente, sería el “Rocky Balboa” de Silvester Stallone), la cuarta cinta de Aronofsky como realizador supone un auténtico bofetón de derrotismo, tan pesimista y desolador como sus anteriores trabajos, que utiliza las cuerdas del cuadrilátero como balcón desde el que asomarse a la desgracia de un hombre roto que no posee el pegamento ni las piezas necesarias para recomponer su vida.

Se trata, en resumidas cuentas, de una película muy notable a la que quizás no se preste mayor atención más allá de los paralelismos entre el personaje de “The Ram” y el propio Mickey Rourke, pero que realmente merece (y mucho) la pena ver.

Reflexiones post-Oscar

Contradiciendo lo dicho en la entrada inmediatamente anterior, esta madrugada me tragué enterita la ceremonia de entrega de los Oscar. No por gusto, sino porque pasé la noche en vela ultimando las páginas de una inminente entrega de trabajo y, aprovechando la coyuntura, dejé la radio puesta para irme enterando de los galardones minuto a minuto.

Echando un ojo a mi quiniela, veo que he acertado muy poquito y casi todo en las categorías más previsibles (lo de Heath Ledger y Penélope Cruz estaba cantado).

En general, la sensación que me ha dado esta última entrega de premios es que la Academia tiene muy poco criterio cinematográfico. Ya no tanto por distinguir a “Slumdog millionaire” como la gran película del año (¿de verdad alguien opina que sea una cinta digna de pasar a la historia, al nivel de “El padrino”, “Sin perdón”, “La lista de Schindler” o “Lawrence de Arabia”?) sino por negarle la estatuilla a “Wall-E” en las categorías de mejores efectos de sonido y mejor canción (aunque lo apropiado hubiera sido nominar y premiar a Springsteen, qué carajo), a “El curioso caso de Benjamin Button” en fotografía y a cualquiera de las otras nominadas en montaje. Resulta molesto que los Oscar se entreguen casi siempre en manada a la gran triunfadora de cada edición, como si el resto de cintas no pudieran ser superiores en cada aspecto por separado. Así pasan descalabros como el de este año, o los de “El retorno del rey” o “Titanic”, que se beneficiaron del “donde va Vicente” y se pusieron las botas recibiendo Oscars inmerecidos.

En fin, que están locos estos académicos…


…pero qué bien canta Hugh Jackman.

jueves, febrero 19, 2009

Mi quiniela para los Oscar

Este fin de semana la Academia yanki entrega los Oscar, esos sobrevalorados galardones que premian, en teoría, a las mejores películas del año. Pese al desdén que me generan esta clase de distinciones (rara vez recaen en quien realmente las merece) reconozco que, quizás por el revuelo mediático que generan o quizás porque ya están asimilados como parte del juego cinematográfico, los Oscar siempre consiguen ganarse mi atención. Como tengo mucho curro y mil cosas mejores que hacer que pasarme una noche en vela para seguir una ceremonia larga y aburridísima (aunque la presente Hugh Jackman, uno de los pocos hombres que podría hacerme dudar de mi heterosexualidad), no pienso desaprovechar la ocasión de hacer mi quiniela de ganadores, pese a que este año no he podido ver todas las películas nominadas en las categorías principales. Por tanto, me guío más por referencias e intuiciones que por un auténtico conocimiento de la materia.

Ésta es mi apuesta personal:


Mejor película

El curioso caso de Benjamin Button
El desafío: Frost contra Nixon
Slumdog Millionaire
Mi nombre es Harvey Milk
El lector


Mejor director


David Fincher - El curioso caso de Benjamin Button
Ron Howard - El desafío: Frost contra Nixon
Gus Van Sant - Mi nombre es Harvey Milk
Stephen Daldry - El lector
Danny Boyle - Slumdog Millionaire


Mejor actor principal

Sean Penn - Mi nombre es Harvey Milk
Brad Pitt - El curioso caso de Benjamin Button
Mickey Rourke - The Wrestler
Richard Jenkins - The Visitor
Frank Langella - El desafío: Frost contra Nixon


Mejor actriz principal

Anne Hathaway - La boda de Rachel
Angelina Jolie - El intercambio
Melissa Leo - Frozen River
Meryl Streep - La duda
Kate Winslet - El lector


Mejor actor de reparto

Josh Brolin - Mi nombre es Harvey Milk
Robert Downey Jr. - Tropic Thunder
Heath Ledger - El caballero oscuro
Philip Seymour Hoffman - La duda
Michael Shannon - Revolutionary Road


Mejor actriz de reparto

Amy Adams - La duda
Penélope Cruz - Vicky Cristina Barcelona
Viola Davis - La duda
Taraji P. Henson - El curioso caso de Benjamin Button
Marisa Tomei - The Wrestler


Mejor película de habla no inglesa

R.A.F. Facción del Ejército Rojo (Alemania)
Vals con Bashir (Israel)
La clase (Francia)
Departures (Japón)
Revanche (Austria)


Mejor guión original

Courtney Hunt - Frozen River
Mike Leigh - Happy: Un cuento sobre la felicidad
Martin McDonagh - Escondidos en Brujas
Dustin Lance Black - Mi nombre es Harvey Milk
Andrew Stanton, Jim Reardon, Pete Docter - WALL•E


Mejor guión adaptado

Eric Roth, Robin Swicord - El curioso caso de Benjamin Button
John Patrick Shanley - La duda
Peter Morgan - El desafío: Frost contra Nixon
David Hare - El lector (The Reader)
Simon Beaufoy - Slumdog Millionaire


Mejor fotografía

Tom Stern - El intercambio
Claudio Miranda - El curioso caso de Benjamin Button
Wally Pfister - El caballero oscuro
Chris Menges, Roger Deakins - El lector
Anthony Dod Mantle - Slumdog Millionaire


Mejor banda sonora

Alexandre Desplat - El curioso caso de Benjamin Button
Danny Elfman - Mi nombre es Harvey Milk
James Newton Howard - Resistencia (Defiance)
A.R. Rahman - Slumdog Millionaire
Thomas Newman - WALL•E


Mejor canción

"Down to Earth" - WALL•E
"Jai Ho" - Slumdog Millionaire
"O Saya" - Slumdog Millionaire


Mejor montaje


Kirk Baxter, Angus Wall - El curioso caso de Benjamin Button
Lee Smith - El caballero oscuro
Mike Hill, Dan Hanley - El desafío: Frost contra Nixon
Elliot Graham - Mi nombre es Harvey Milk
Chris Dickens - Slumdog Millionaire


Mejor dirección artística

James J. Murakami, Gary Fettis - El intercambio
Donald Graham Burt, Victor J. Zolfo - El curioso caso de Benjamin Button
Nathan Crowley, Peter Land - El caballero oscuro
Michael Carlin, Rebecca Alleway - La duquesa
Kristi Zea, Debra Schutt - Revolutionary Road


Mejor vestuario


Catherine Martin - Australia
Jacqueline West - El curioso caso de Benjamin Button
Michael O'Connor - La duquesa
Danny Glicker - Mi nombre es Harvey Milk
Albert Wolsky - Revolutionary Road


Mejor maquillaje

Greg Cannom - El curioso caso de Benjamin Button
John Caglione, Jr., Conor O'Sullivan - El caballero oscuro
Mike Elizalde, Thom Floutz - Hellboy 2: El ejército dorado


Mejor sonido


D. Parker, M. Semanick, R. Klyce, M. Weingarten - El curioso caso de Benjamin Button
Lora Hirschberg, Gary Rizzo, Ed Novick - El caballero oscuro
Ian Tapp, Richard Pryke, Resul Pookutty - Slumdog Millionaire
Tom Myers, Michael Semanick, Ben Burtt - WALL•E
Chris Jenkins, Frank A. Montaño, Petr Forejt – Wanted


Mejores efectos sonoros

Richard King - El caballero oscuro
Frank Eulner, Christopher Boyes - Iron Man
Tom Sayers - Slumdog Millionaire
Ben Burtt, Matthew Wood - WALL•E
Wylie Stateman – Wanted


Mejores efectos visuales

E. Barba, S. Preeg, B. Dalton, C. Barron - El curioso caso de Benjamin Button
Nick Davis, Chris Corbould, Tim Webber, Paul Franklin - El caballero oscuro
John Nelson, Ben Snow, Dan Sudick, Shane Mahan - Iron Man


Mejor largometraje de animación

Bolt
Kung Fu Panda
WALL•E


Y del resto de categorías, ni idea…

"Puedes sacar a un negro del ghetto, pero no puedes sacar el ghetto del negro"

En esta vida no hay muchos nombres que sean garantía de un trabajo bien hecho. Hasta los más grandes tienen un traspiés: Alan Moore escribió “Violator vs. Badrock” y a Messi hay días en que no le sale nada. Es un hecho. Por eso me parece tan llamativo el caso de la cadena de televisión estadounidense HBO. A día de hoy aún no he visto una sola serie que lleve su firma y que no sea, como mínimo, estupenda. Además, la HBO se atreve con todos los géneros: humor (“Sexo en Nueva York”), drama intimista (“Six feet under”, “In treatment”), western (“Deadwood”), fantástico (“Carnivale”), bélico (“Band of brothers”), terror (“True blood”) o criminal (“Los Soprano”). Mi último descubrimiento (y motivo de esta entrada) se adscribe al drama policial y se llama “The Wire”.


Siendo honesto, no es tanto un descubrimiento como una confirmación, porque ya llevaba meses oyendo y leyendo acerca de esta serie, la cual todo el mundo que la había visto, sin excepción, alababa exageradamente, o eso creía yo hasta ahora (el antes mentado Sr. Moore dijo en una entrevista que “The Wire” era lo único que merecía la pena ser visto en televisión hoy en día).


Resulta que dichas alabanzas no eran exageradas. Sí, ya sé que estáis cansados de leer esta clase de afirmaciones en el Abismo: que si “Lost” es una puta maravilla y bla bla bla, que si “Six feet under” es una puta maravilla y bla bla bla, que si “Dexter” es una puta maravilla y bla bla bla… De tanto decirlo, acabará por perder su valor, como un “te quiero” después de veinte años de matrimonio. En mi defensa diré que hay dos razones para que me repita tanto: la primera es que normalmente en el Abismo sólo escribo sobre las series que me gustan (si queréis me descargo del eMule el último capítulo de “Los hombres de Paco” y así me quedo a gusto despotricando) y la segunda es que actualmente se están haciendo un montón de series en la tele americana que se merecen la calificación, sin paliativos, de “puta maravilla”.

Volviendo a “The Wire”, la acción en esta primera temporada nos transporta a la ciudad de Baltimore, económicamente deprimida y llena a rebosar de malaje criminal; el lugar ideal para ser un detective tocapelotas como Jim McNulty (interpretado por Dominic West): bebedor, mal padre y peor marido (ex-marido, realmente), y con una facilidad espectacular para cabrear a todos los que le rodean. Pero es un poli de la hostia. Tanto es así que el tipo se las arregla para, en contra de los intereses de sus superiores, instigar una ambiciosa investigación con la finalidad de encerrar a uno de los intocables señores del crimen organizado de la ciudad, responsable en las sombras de más de una docena de asesinatos y de llenar las calles de Baltimore de ingentes cantidades de droga.

Así descrita, “The Wire” podría parecer una más de entre las innumerables historias de polis que llevamos viendo toda la vida tanto en cine como en tv. Pero no conviene llevarse a engaño: “The Wire” no es una serie efectista, ni “molona”, ni está plagada de frases de tío duro a lo John McClane o tiroteos al más puro estilo “Dos policías rebeldes”. Tampoco hay zooms imposibles al interior de las vísceras de una víctima de homicidio (eso se lo dejamos a “CSI”) ni filtros fotográficos que consigan que todo parezca más “cool” y cinematográfico. Por no haber, no hay ni banda sonora (salvo la música que escuchan los propios personajes). “The Wire” está filmada en un tono muchas veces cercano al documental, con unas pretensiones de realismo pocas veces vistas en el audiovisual reciente (me viene a la cabeza la película “Zodiac” de David Fincher, cercana al espíritu de esta serie), desdeñando premeditadamente cualquier llamamiento a la espectacularidad en pos de que nos creamos a pies juntillas todo cuanto ocurre ante nuestros ojos, como si pudiera estar pasando exactamente lo mismo a dos manzanas de nuestra casa en este preciso instante. Y vaya si nos lo creemos.


Una parte vital de la acción transcurre de despacho en despacho, mostrándonos el laberinto burocrático que los policías protagonistas (la unidad formada para llevar a cabo la investigación) deben recorrer para conseguir un permiso para, por ejemplo, retener a un sospechoso o pinchar una línea telefónica. Debido a ello, “The Wire” es una serie sobria y lenta (nunca aburrida, jamás de los jamases) en la que se tardan 13 episodios (una temporada completa) en despachar un único caso. Gracias a ello disfrutaremos intensamente del trabajo policial diario, del descubrimiento de cada nueva prueba, de todos y cada uno de los interrogatorios (espectacular el del final del capítulo 7) y de las pequeñas pinceladas que se nos van revelando acerca de la vida privada de los personajes. Y, por supuesto, de toneladas de corrupción.

Otra de las grandes virtudes de la serie es que se muestran simultáneamente todos los puntos de vista de la investigación, no sólo el policial. Las historias personales de los camellos (desde el narco más poderoso hasta el pringado que vende la merca en el parque) y de los yonkis que compran la droga son tan importantes como las de los polis que intentan chaparles negocio y vicio respectivamente. Las desventuras de los delincuentes, exentas del glamour criminal de “Grand Theft Auto” (las historias de los drogatas tienen la crudeza de un reportaje de “Callejeros”), difuminan la imperceptible línea moral que separa buenos y malos hasta llegar al punto en que uno ya no sabe por quién sentir más simpatías, si por los polis (llenos de vicios y debilidades) o por los cacos (poseedores de sentimientos positivos en ocasiones sorprendentes).


Los actores, por cierto, están todos en estado de gracia. Según he leído, algunos ni siquiera son profesionales, sino gente de la calle que interpreta papeles muy próximos a su vida real, reafirmando esa sensación de extremado realismo de la que antes hablaba. Lo bueno es que después de conocer el dato y despacharme la primera temporada completa, sigo sin saber distinguir quién de ellos interpreta a un personaje y quién se interpreta a sí mismo. Así de buenas son las actuaciones en “The Wire”.

Por supuesto, después de todo lo dicho no puedo más que recomendar encarecidamente su visionado al completo y en rigurosa versión original. Quizás, debido a su lentitud y detallismo, el primer contacto no sea del agrado de todos (yo mismo me quedé un poco frío al terminar de ver el episodio piloto), pero puedo prometer (y prometo) que una vez vistos los tres o cuatro primeros capítulos no podréis morir tranquilos sin saber qué coño va a pasar en los nueve o diez restantes.

¿Veredicto? ¡Una puta maravilla!

domingo, febrero 15, 2009

Abecedario personal: P de Pontevedra

"...al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver..."

(Joaquín Sabina, "Peces de ciudad")



Entonces: ¿por qué siempre estoy buscando excusas para ir?

Dickens en Bombay

A veces una buena base argumental justifica por sí sola la existencia de una película. La historia de un joven prácticamente analfabeto que triunfa en la edición hindú del show televisivo “¿Quién quiere ser millonario?” contada como fábula sobre la predestinación, la persecución incansable de un sueño y el amor sublimado, parece un regalo caído del cielo para cualquier productora. Si además el encargado de dirigir el proyecto es un cineasta tan particular y generalmente solvente como Danny Boyle (realizador de “Trainspotting”, “Millones” o “28 días después”, para más señas), las apuestas parecen estar todas a favor.


Pero lo cierto es que “Slumdog millionaire” estuvo a punto de ser editada directamente en DVD sin pasar por las salas de cine y cuenta con un presupuesto muy inferior al de cualquiera de las otras películas que optan a los Oscars 2009. Es decir, que nadie daba un duro por esta cinta y ahora es una de las máximas nominadas (10 candidaturas) a los premios más importantes del mundillo (importantes comercialmente; en cuanto a criterios de calidad quizás debiéramos correr un tupido velo). Un poco como le pasa a su protagonista, Jamal, al que al principio de su intervención en el programa de las 15 preguntas todo el mundo espera verlo caer y al final prácticamente todos desean que triunfe al más puro estilo patito feo.


Yo, por mi parte, creo que “Slumdog millionaire” es un bluff. Es la cinta con la que todos los años la Academia intenta demostrar que tiene en cuenta a las producciones independientes (¿”Juno”? ¿”Pequeña Miss Sunshine”?) para dar una impresión de modernidad y adecuación a los gustos más dispares. Una modernidad, por cierto, que excluyó en su momento a películas como “El club de la lucha”, “Kill Bill” u “Old boy” (¿tanto costaba nominarla como peli de habla no inglesa, por dios?), todas ellas de una genuina incorrección política y respaldadas por un talento enorme, pero que no se adaptaban a los estrechos márgenes de transgresión edulcorada que el mainstream hollywoodiense está dispuesto a asumir (esos mismos márgenes que han decidido que la animación debe ser tratada como un género menor, pese a la incongruencia de reconocerle uno de los cinco mejores guiones que la industria ha conocido en los últimos 12 meses).

“Slumdog millionaire” pretende ser fresca, original y transgresora cuando en realidad es de lo más convencional. Empieza fuerte, admito, con esa revisión de “Oliver Twist” adaptada al trasfondo hindú que saca lo mejor de unos niños actores a los que dan ganas de reclamar en adopción, y logra sus mejores momentos en las escenas que transcurren en el plató de televisión (donde se lucen especialmente los actores Dev Patel y Anil Kapoor, concursante y presentador respectivamente), pero comienza a zozobrar en cuanto el factor amoroso entra en juego (con esa Freida Pinto tan bella que parece salida de un universo paralelo al del resto de protagonistas del film), guiándonos sin remisión hacia un romanticismo ramplón más propio de una película de Julia Roberts de los 90 que del responsable de la sucia y desangelada “Trainspotting”.



Tampoco contribuyen a mejorar el film las moderneces estilísticas habituales de Boyle, que aquí estorban más de lo habitual (siempre lo he tenido por uno de los mejores “realizadores videocliperos”) con ese montaje epiléptico que, olvidando todo deber narrativo, parecen querer decirnos “mira qué cool es esta peli”.

El número musical de los créditos, impostadamente bollywoodiense, funcionará de maravilla de cara a los académicos más indulgentes, que creerán estar viendo una fusión perfecta de dos formas de entender el cine (la hindú y la yanki), cuando simplemente se debe a ese mismo paternalismo deplorable que pone en boca de un personaje estadounidense la frase: “aquí tienes un poco de la verdadera América” mientras desliza un fajo de dólares en las manos de un Jamal pre-adolescente.

Con todo, no quiero ensañarme más de lo estrictamente necesario con “Slumdog millionaire”. No es una peli tan mala como esta reseña parece querer poner de manifiesto. Es divertida y vistosa e, incluso a ratos, manipuladoramente emotiva, pero la ola de pasiones que ha levantado entre crítica y público me parece estrepitosamente exagerada. Estoy convencido de que si se hubiese estrenado hace 7 u 8 meses nadie la habría tenido en cuenta de cara a las nominaciones y se hubiese archivado en la memoria cinematográfica colectiva como una película más entre tantas otras.

Y si, como auguran algunas quinielas, consigue dar el campanazo el próximo 22 de febrero, mi querido Benjamin Button debería retorcerse amargamente en su tumba de tamaño bebé.

viernes, febrero 13, 2009

Los 400 golpes (nada que ver con Truffaut)

Con esta que ahora escribo, el Abismo suma ya 400 entradas. No sé si eso es algo necesariamente bueno, la verdad. Si me paro a pensar en todo el tiempo que he invertido en dar forma a este blog (que no me reporta beneficios económicos de ningún tipo, que no es seguido por fervorosas multitudes y que desde luego no me ayuda a ligar más, jajaja), no tengo muy claro si debería alegrarme por ello. Igual si hubiese encaminado esas energías hacia otros objetivos ahora mismo podría estar terminando una novela corta o aspirando al Mr. Olimpia. O quizás ya podría tocar “Free bird” con el 100% de puntuación en el Guitar Hero. Quién sabe.

¿Qué sentido tiene escribir un blog? ¿Es una nueva forma de narcisismo, de onanismo, de reivindicación del ego? ¿Una manera de creer que mis opiniones son más importantes de lo que realmente son? ¿Que el hecho de ser leídas (o al menos pensar que alguien podría estar leyéndolas) las hace más válidas o simplemente más reales? ¿Por qué el blogger no se conforma con guardarse sus reflexiones para sí mismo y decide hacerlas públicas? Si un gallo pone un huevo en la frontera entre España y Portugal, ¿a qué país pertenece?

Sea como fuere ya van 400 entradas y de algún modo me pareció que sería buena idea hacerlo constar y, de paso, echar un vistazo al pasado y rescatar aquellas de las que más orgulloso me siento (o meter un poco de relleno, como en esos odiosos capítulos de las sit-com americanas donde se hace un collage con escenas de episodios anteriores). Quizás así si alguien descubriese hoy este blog podría hacerse una idea aproximada de lo que puede dar de sí (y espero que no le decepcionase) y con esta entrada 400 el Abismo ganaría un nuevo lector. Sólo con eso me daría con un canto en los dientes.

Así que ahí van, sin más preámbulos, mis 7 entradas preferidas del Abismo (7 es un número tan malo como cualquier otro, ¿no?):

7- P.A.J.

6- Ilusión

5- More than meets the eye

4- Six feet under (A dos metros bajo tierra)

3- Abecedario personal: A de Amigos

2- Recomendaciones femeninas VI: El amor en los tiempos del cólera

1- Arena y astronomía



Próximamente: Oscars 2009, una declaración política, The Killers en concierto, un montón de verborrea absurda sobre “Watchmen” (el comic y la película) y la cabecera definitiva del Abismo…

Mis dibujantes favoritos 3: Miguelanxo Prado

Cuando me imagino el mar dentro de una viñeta, sé que la firma siempre dice “M.P.”


Pero este hombre lo dibuja todo como Dios, no sólo el agua...




(Por cierto, ¡qué difícil es encontrar imágenes suyas a buen tamaño en internet!)

Morir en sueños

“I love the feeling when we lift up
Watching the world so small below
I love the dreaming when I think of
The safety in the clouds out my window
I wonder what keeps us so high up
Could there be a love beneath these wings
If we suddenly fall should I scream out
Or keep very quiet and cling to my mouth as I’m crying
So frightened of dying
Relax yes I’m trying
But fears got a hold on me
(...)”


[“Death” es uno de los singles con los que la banda británica White Lies presenta su álbum de debut: “To lose my life”. Es una pena que el resto del disco no suene tan potente y redondo como este tema (quizás “The price of love” y la que da nombre al álbum sean las que más se le acerquen), porque es una de las canciones que más llevo escuchado en lo que llevamos de año. White Lies recuerdan poderosamente a grupos como The Killers, Interpol o Editors (los cuales a su vez rinden pleitesía a Joy Division) y llegan abalados por New Musical Enterntainment, que ha hecho todo lo posible por convertirlos en un éxito masivo. Por el contrario, otros medios de la prensa musical han atacado duramente a la banda acusándolos de oportunistas que buscan sacar tajada de los estertores de muerte del post-punk (se rumorea que los astros anuncian un resurgir del grunge) y de producto prefabricado salido directamente de las cabezas pensantes de la discográfica que les sirve de paraguas. En mi opinión, ni lo uno ni lo otro. “To lose my life” es un disco majete aunque pretencioso (esas letras…) que servidor, seguro, no recordará dentro de 10 años, pero eso no hará que “Death” se convierta en algo diferente de lo que es: una canción cojonuda.]

jueves, febrero 12, 2009

Dios está en las pequeñas cosas











Todas son fotografías de Chema Madoz. Ninguna ha sido retocada digitalmente. Pueden verse un montón más en su página web.

Tarantino, más bastardo que nunca

Primer trailer del nuevo film del amigo Quentin, "Inglourious basterds" (aún no tengo muy claro cómo se escribe, ya la he visto también como "Inglorious bastards" e "Inglorious basterds"). Pasen y vean, pinchando en la imagen:






(Y ahora alguno que yo me sé ya puede ir a masturbarse contento y feliz).

R U professional?

Supongo que muchos ya estaréis al tanto de la que montó el actor Christian Bale durante el rodaje de “Terminator: Salvation”, nueva película de la saga a cargo del director McG. Por si no lo sabéis, al parecer un técnico despistado fastidió una toma durante la grabación de una escena de la peli y Bale estalló de ira, dirigiéndole toda clase de improperios (con una saña tremenda, me atrevería a añadir). Los micros recogieron el agresivo discurso de Bale y, como ocurre tan a menudo en esta nueva era de la información, al rato ya se podía escuchar en cualquier parte del mundo gracias a internet.


Hasta ahí la cosa tiene cierta gracia (no para el técnico): a Bale se le va la olla y le llama de todo menos guapo. ¿Fin de la historia? Pues nopi.

Ahora resulta que (tal y como acabo de leer en el excelente blog sobre cine “La calle Morgue”) la cosa no ha quedado ahí. Al parecer no son pocos los que se han hecho eco del incidente y ya hay a la venta unas camisetas como la que podéis ver en la imagen. Ahora sí, ¿fin de la historia? Nopi tampoco.



El audio ya ha sido usado por algunos internautas para componer varios temas musicales. Básicamente la voz de Bale sobre una base electrónica. Vale, tampoco está tan fuera de lo habitual, supongo. Si pasó con el anuncio de compresas de la fieshhta, ¿por qué no con la bronca de Christian Bale?

Pero todavía no ha terminado la cosa: lo mejor es que el grupo de música “The Mae Shi”, el mismo que hace unos meses recibió unas excelentes críticas por su álbum “Hlllyh”, ha compuesto en apenas unas horas una canción (música y letra) titulada “R U professional? (4 Xtian)” inspirada en el altercado. Podéis escucharla aquí. Yo me he partido de risa con versos como “He’s got that look in his eyes / I see the fire behind / He is the dark knight / He is professional”.

En fin. Menudo mundo éste. Ver (y oír) para creer.


Por cierto: Christian Bale debe ser un poco capullo. Sólo un capullo se ensañaría tanto con un técnico empanado. Pero sigue pareciéndome uno de los mejores actores del mundo. No conviene mezclar el tocino con la velocidad...

miércoles, febrero 11, 2009

David Fincher y el realismo mágico

Llevaba un tiempo esperando una película como ésta. No es que no se hayan estrenado buenas cintas en los últimos meses (“Wall-E” o “El caballero oscuro”, sin ir más lejos), pero creo que desde “There will be blood (Pozos de ambición)” servidor no había abandonado la sala del cine con esa sensación de plenitud que sólo corresponde a las auténticas obras maestras del medio. Las de tomo y lomo, que dejan personajes, escenas, diálogos y planos para el recuerdo.

Hablo, por supuesto, de “El curioso caso de Benjamin Button”, última película de David Fincher (hasta la fecha, esperemos que cumpla muchas más), protagonizada por Brad Pitt, Cate Blanchett y un montón de brillantes secundarios entre los que destacan Tilda Swinton (qué gran actriz, pena que su físico le vaya a privar de papeles principales que de otro modo bordaría) y Taraji P. Henson.

Por poner en (innecesarios, estimo) antecedentes: la película narra la vida de Benjamin (Brad Pitt, con la ayuda de otros actores para escenas concretas), un hombre que nace viejo y, al contrario que los demás seres humanos, rejuvenece a medida que pasan los años. A partir de esta premisa nacida de la pluma de Scott Fitzgerald, el film nos guía por las andanzas de este no-tan-extraño personaje, haciendo hincapié en su historia de amor con Daisy (Cate Blanchett, la mayor parte del tiempo), a la que conoce cuando ambos son niños (aunque Benjamin muestre el aspecto de un octogenario achacoso).


Y, a partir de ahí, la vida. Perdón: la VIDA. Así, en mayúsculas.

Olvidando el nervio y la violencia explícita e implícita de anteriores films, David Fincher retrata el ejercicio al completo de vivir, desde sus primeros instantes hasta sus últimas consecuencias, dando a entender que, por mucho rejuvenecimiento que afecte a nuestro protagonista, su vida no es tan distinta de la de los demás. Está llena de amor, de decepciones, de dudas, de amistades que van y vienen y a veces permanecen, de vivencias familiares que no siempre son tan dulces como uno querría, de estallidos de rebeldía, de ambiciones, de ansias y de sueños. Al fin y al cabo, como la de cualquier persona. “El curioso caso de Benjamin Button” viene a decirnos, a fin de cuentas, que todos somos especiales a nuestra manera.

“Qué novedad”, pensará más de uno. No lo niego: “El curioso caso de Benjamin Button” no inventa nada. De hecho, muchas de las reflexiones que la película plantea parecerían estúpidamente obvias de no ser porque a veces, de tan obvias que son, dejamos de tenerlas en cuenta. Igual que ocurría con la magnífica “Forrest Gump” (no en vano los guiones de ambas son obra de Eric Roth), el discurso de “El curioso caso de Benjamin Button” nos permite recordar la importancia de los valores esenciales poniendo en entredicho algunas de las más estúpidas convenciones humanas.

También, al igual que en aquella cinta de Robert Zemeckis, Benjamin Button se cruza en su odisea vital con toda suerte de personajes, cada uno con una historia más surrealista y hermosa que el anterior, recuperando el sabor de ese realismo mágico que tan bien cultivó mi idolatrado Gabriel García Márquez. No mento al gran Gabo por capricho, pues también la historia de amor entre Benjamin y Daisy recuerda poderosamente a los Florentino Ariza y Fermina Daza de “El amor en los tiempos del cólera”, con sus encuentros y desencuentros a lo largo de toda una vida.


Repaso esta reseña (que pretendía breve, pero que sigue demandando palabras) y descubro que aún no he alabado la parte técnica de la película. Pero no quiero aburrir al personal, así que me conformaré con afirmar que “El curioso caso de Benjamin Button” es perfecta en su ritmo, su fotografía (esos amaneceres están clamando por un Oscar), su planificación visual, su montaje (impresionante la escena de la mudanza, eso es un montaje inteligente y lo demás son coñas videocliperas) y, por supuesto, efectos especiales, maquillaje y ambientación.

Al final, resulta que lo menos llamativo del film es un Brad Pitt harto solvente que, no obstante, se quedará a las puertas de la gloria. Cate Blanchett es demasiado buena actriz y demasiado hermosa (de una forma casi alienígena) como para no robarle todos y cada uno de los planos de la película.


Pero el gran héroe de la función es el director David Fincher. Con ésta, su segunda OBRA MAESTRA (de nuevo se imponen las mayúsculas; la primera fue “El club de la lucha”), y sin menospreciar otras joyas de su portentosa filmografía (sumémosle a estas dos un “Seven”, un “The game” y un “Zodiac” y procedamos a quitarnos el sombrero), Fincher se sitúa en lo más alto del cine actual, acallando a quienes insinúan que, en materia de celuloide, cualquier tiempo pasado fue mejor. Si ayer fueron los Stanley Kubrick, Orson Welles, Billy Wilder o John Ford quienes nos alegraban dos horas de vida en una sala a oscuras, hoy son los Paul Thomas Anderson, Sam Mendes, Quentin Tarantino o este David Fincher quienes siguen haciendo posible que la imaginación cinematográfica no conozca límites (y por suerte Clint Eastwood y Martin Scorsese siguen ahí, a lo suyo y en plena forma).

Y el cine, al igual que Benjamin Button, luce cada día un poco más joven y un poco más guapo.

Lo que el Boss te da, el Boss te lo quita

“(...)
Have you ever seen a scarecrow filled with nothing but dust and wheat?
If you've ever seen that scarecrow then you've seen me
Have you ever seen a one-armed man punching at nothing but the breeze?
If you've ever seen a one-armed man then you've seen me

Then you've seen me, I come and stand at every door
Then you've seen me, I always leave with less than I had before
Then you've seen me, bet I can make you smile when the blood, it hits the floor
Tell me, friend, can you ask for anything more?
Tell me can you ask for anything more?
(...)"


[Los fans del Boss somos como una secta. Haga lo que haga nuestro amado Bruce siempre lo recibiremos con una sonrisa. Cuando yerra, siempre se lo perdonamos. Siempre. “Working on a dream”, su nuevo trabajo, es un disco realmente flojo dentro de su discografía (igual que lo fue el anterior, editado en 2007, “Magic”). Si el Boss tuviera la percepción pública de grupos como U2, Radiohead, Metallica o Coldplay, tras el lanzamiento de este álbum sus seguidores iríamos con horcas y antorchas a su casa de Nueva Jersey para capturarlo, trasladarlo al montículo más próximo y allí prenderle fuego en una enorme pira. Pero no la tiene. Bruce Springsteen está más allá del Bien y del Mal (se lo ganó con “Born to run” y después de eso no hay vuelta atrás), y siempre encuentra un buen argumento para que nosotros, sus fieles, encubramos errores tan abultados como “Surprise, surprise” (undécimo corte del nuevo disco, altamente prescindible). Esta vez los argumentos son dos: “Outlaw Pete”, pseudo-plagio del “I was made for loving you” de Kiss combinado con el tema "A man with a harmonica" de “Once upon a time in the west” de Ennio Morricone (no me lo invento, escuchadlo aquí si no me créeis), que bien podría ser su mejor canción en la última década; y esta “The wrestler” cuyos versos abren la entrada y que forma parte de la banda sonora de la película homónima dirigida por Darren Aronofsky (a la que le tengo unas ganas enormes… y no sólo porque le haya brindado a Mickey Rourke la ocasión de optar al Oscar como mejor actor principal). Una maravilla de canción que además nos recuerda que “de aquellos Dylans vinieron estos Springsteens”. Y el Boss, a punto de caer en la decepción, consigue de nuevo nuestro perdón y nuestra sonrisa.]

Nativos americanos

No hace mucho escribía en una entrada de El Abismo que el sello Vertigo de DC Comics estaba flojeando preocupantemente. Hoy puedo afirmar que, alabados sean Lugh y Olodumare, los rumores de su muerte resultaron exagerados. Lo cual no implica que no siga un poco moribundo, otorgando protagonismo a esas “Fábulas” de Bill Willingham que reciben elogios por doquier y que a mí me dejan más frío que el cadáver de Walt Disney, mientras nadie consigue tomar el relevo de “Predicador”, “The Sandman” o la inminentemente conclusa “100 balas”, dejando un vacío que parece destinado a no recuperarse nunca.

Pero, entre tanta propuesta descafeinada con más aspiraciones que talento a sus espaldas, me encuentro con una serie cojonuda que responde al título de “Scalped”, un drama criminal ambientado en una reserva india de EE.UU., escrita con brillantez por el ¿desconocido? Jason Aaron (yo es lo primero que leo suyo) y dibujada con eficacia (y suciedad) por R.M.Guéra.


Después de un prometedor primer tomo publicado por Planeta en nuestro país en 2008, acaba de salir un nuevo recopilatorio (con los números 6 a 10 de la edición yanki) que supone la confirmación de que “Scalped” es una de las mejores series regulares americanas que se publican en la actualidad, meándose por encima de cualquier “Invasión secreta” o “Crisis final” de turno, y al nivel de otros puntazos de género negro como la mentada “100 balas” de Brian Azzarello y Eduardo Risso o la excelente “Criminal” de Ed Brubaker y Sean Phillips.

Vamos, que mola la hostia (sobre todo si se leen los dos tomos del tirón).
Quizás entre esta “Scalped” y la próxima “Northlanders” (¡vikingos, de puta madre!), Vertigo consiga volver definitivamente de entre los muertos.

domingo, febrero 08, 2009

Plasta, el primate gafapasta (VI)


[El 18 de febrero a las 23:45 se estrena la tercera temporada de Muchachada Nui... ¡NUI!]

El invierno

“I was following the pack
All swallowed in their coats
With scarves of red tied ’round their throats
To keep their little heads
From fallin’ in the snow
And I turned ’round and there you go
And, Michael, you would fall
And turn the white snow red
As strawberries in the summertime”


[“White winter hymnal”, una canción preciosa y adecuada para esta fría época del año. Es del grupo Fleet Foxes, del disco del mismo nombre. El vídeo en stop-motion es otra maravilla. Y la portada del álbum también.]

El coco

“Quien se traga un coco confía en su ano”.


[Proverbio de Costa de Marfil (leído hoy en el artículo de Rosa Montero en “El País Semanal”).]

sábado, febrero 07, 2009

Cine necesario

Hay películas que, más que por su calidad fílmica, debieran ser de visionado obligatorio por su contenido. “Mi nombre es Harvey Milk” es una de ellas.

Esto no significa que no sea una película cojonuda, que también lo es. Gus Van Sant (realizador con sus más y sus menos, pero siempre interesante) se luce con una dirección sobria siempre puesta a disposición de la historia y un montaje que incluye imágenes de archivo que contribuyen a dotar al film de un aire pseudo-documental acertadísimo. La recreación histórica es perfecta y el casting inmejorable. Destacan con luz propia un Sean Penn en estado de gracia (lo cual comienza a ser una constante; se ha convertido en uno de esos intérpretes que por sí solos justifican el ver una peli) y dos jóvenes que ya no son promesas sino grandes actores por derecho propio: James Franco y Emile Hirsch. Además, Josh Brolin repite como secundario de lujo, demostrando que sabe elegir papeles controvertidos y sacarlos adelante con algo más que solvencia.


Pero, como estaba diciendo, “Mi nombre es Harvey Milk” es una película que trasciende los juicios estrictamente cinematográficos y propone una lección de humanidad y valores positivos. La lucha por los derechos de los gays que Milk (el personaje real) encarnó es una lucha cuyos frentes siguen abiertos aún a día de hoy. El colectivo homosexual, que lleva siglos siendo injustamente discriminado en casi todas las sociedades (en la Grecia clásica no se sabía todo, pero resulta increíble la facilidad conque desdeñamos algunas de las cosas que sí se sabían), debe aún lograr reconocimientos y derechos fundamentales de los que se les sigue privando, no sólo sobre el papel, sino en la convivencia diaria. Por mucho que hayamos avanzado como sociedad, la homosexualidad continúa acarreando una desventaja que jamás tuvo razón de ser.

Por eso todavía necesitamos películas como “Mi nombre es Harvey Milk”. Necesitamos que se proyecten en los cines, que se vean en los institutos, que las pasen en la tele en horario de prime time. Nuestra sociedad necesita que el arte nos haga reflexionar, que nos obligue a plantearnos qué está bien y qué no. Que nos recuerde que aún hay batallas que ganar y que no podemos dejar que sean otros los que asuman la responsabilidad de librarlas. Porque es responsabilidad de todos.