sábado, octubre 10, 2009

Día triste en Croatoa

Hay ciertos finales que uno teme y desea a partes iguales. Recuerdo con cariño la mezcla de honda tristeza y enorme satisfacción que sentí cuando leí el número 66 de “Predicador” de Garth Ennis y Steve Dillon (publicado en España dentro de la miniserie “Álamo”) o las páginas finales de “El velatorio”, último tomo del “The Sandman” de Neil Gaiman. Ocurrió al cerrar definitivamente libros como “El conde de Montecristo” o “Musashi”, que me tuvieron enganchado durante semanas, y también me pasó cuando terminé de ver “Six feet under” y, más recientemente, “Los Soprano”. Estoy convencido de que algo parecido sucederá con los finales de “The Wire”, “Dexter” y “Lost”.

Esta semana me he despedido de “100 Balas”.


Comencé a coleccionar la obra de Brian Azzarelo (guionista), Eduardo Risso (dibujante) y Dave Johnson (portadista con derecho no sólo a mención sino también a infinitas alabanzas) allá por el año 2000, cuando Norma Editorial inició su publicación en nuestro país. Tardé algunos números en caer rendido a sus pies (creo recordar que fue la aparición de Cole Burns, uno de sus personajes más carismáticos, lo que definitivamente se ganó mi corazón friki), pero desde entonces se convirtió en una de las publicaciones más esperadas por mi parte, y casi siempre una de las lecturas más satisfactorias entre cuanto tebeo caía en mis manos (y no han sido pocos, podéis estar seguros de ello).

Con el último tomo recopilatorio, “El declive”, que acaba de publicar Planeta de Agostini (hace unos años se produjo el cambio de derechos entre editoriales españolas al convertirse Planeta en la responsable de la publicación del sello Vertigo en nuestro país), han llegado por fin a mis manos los 12 últimos episodios de la serie, de un total de 100 números americanos. Uno más de los muchísimos juegos de palabras (100 Balas = 100 números) que inundan esta fantasía criminal que tiene su origen en un misterioso maletín negro.


La idea fundacional de la serie de Azzarello y Risso es la siguiente: imagínate que tu existencia es una mierda. Que, en algún momento del pasado, alguien hizo o dijo algo que te condenó para siempre a un infierno en vida. Imagina que todos tus problemas, todas tus frustraciones, tienen un único responsable: el bastardo (o la bastarda) que te arruinó la vida. Ahora imagina que un día cualquiera se presenta ante ti un anciano vestido de impecable traje negro, con gafas de sol y una mirada de serpiente que recuerda a las de Clint Eastwood o Lee Marvin. Se llama Graves, Agente Graves. Te llama por tu nombre y te dice que tiene algo para ti: un maletín que contiene pruebas irrefutables de que hay un culpable para todas tus penurias. Su foto está en el maletín. También una pistola y cien balas. Cien balas irrastreables, a kilómetros por encima de los límites de la Ley. Hagas lo que hagas con esa pistola y esas balas, la policía nunca llamará a tu puerta. Nunca se te acusará de un crimen cometido con ese arma. Podrías acercarte a la persona de la foto y dispararle cien veces a plena luz del día y nunca jamás tendrías que rendir cuentas por ello. Ahora pregúntate: ¿qué harías tú?


Por supuesto, este planteamiento es sólo un punto de partida. A medida que la serie avanza, el maletín se va convirtiendo en un vehículo para desarrollar una trama de proporciones mucho mayores, que implica la existencia de poderes político-económicos en la sombra (al más puro estilo Bilderberg) que juegan una gigantesca partida de ajedrez con los individuos que pueblan la sociedad occidental como peones. Porque la Historia siempre tiene vencedores y vencidos, pero sólo los primeros pueden escribirla y moldearla a su antojo. Todo lo que creemos saber sobre los últimos 400 años de Historia es una jodida mentira, y el epicentro de esa mentira es la nación más poderosa del mundo: los Estados Unidos de América.


“100 Balas” es una serie que juega a dos deportes distintos: por un lado están las pequeñas historias de crímenes a pie de calle, las que hablan de drogas, bandas, dinero, sexo y muerte; por el otro, el gran tapiz de conspiraciones y lealtades encontradas que supone esa gran partida de ajedrez antes mencionada. El primer deporte es un juego rápido, con reglas claras y contundentes, donde Azzarello demuestra sus mayores virtudes como escritor: un oído espectacular para el argot callejero y el ritmo de los diálogos, un inconfundible amor por la ambientación urbana más meticulosa y un conocimiento profundo de las escasas virtudes y las muchas flaquezas del hombre moderno.


El segundo deporte se enmarca en una compleja liga con rocambolescas reglas que ocultan un andamiaje mucho más simple de lo que pretenden aparentar. Es un juego intrincado y caprichoso, donde el público no puede disimular cierta perplejidad al descubrir que el árbitro tiene su propia agenda de intereses, y que estos no se corresponden casi nunca con el “fair play”. Se trata, en el fondo, de esconder un argumento sencillo y lineal que bien se podría haber despachado en la cuarta parte de tiempo y espacio.


Al fin y al cabo, tampoco es que eso importe demasiado. Como en muchas otras obras (es habitual en los tebeos de Naoki Urasawa y estoy plenamente convencido de que “Lost” no se librará de ello), lo fundamental en “100 balas” no es el destino, sino el gozoso viaje de casi diez años a lo largo y ancho de sus mares. Y si Azzarello ha ejercido de capitán de navío intrigante y solvente, el dibujante argentino Eduardo Risso se ha convertido en el principal responsable de que tan larga travesía haya sido un auténtico crucero de placer. Su dibujo atmosférico y expresionista, digno heredero del mejor José Muñoz (la leyenda viviente que dibujó “Alack Sinner”), su narrativa de precisión suiza y su increíble capacidad para la composición de página convierten la parte gráfica de la colección en un auténtico valor incontestable. En manos menos capaces, “100 balas” resultaría una serie interesante cuyos puntuales momentos de genialidad quedarían supeditados al buen hacer de Azzarello. Con Risso a los lápices y la tinta, incluso el más intrascendente de los capítulos se revela como una pieza de artesanía que debe ser disfrutada de forma pausada y reflexiva, analizando cada encuadre y cada claroscuro, disfrutando de la disposición de los blancos y los negros y acertando a descubrir la personalidad de cada tipo, cada edificio, cada bar y cada botella de licor de entre los cientos que pueblan este vasto universo de crimen y castigo.


Tal vez “100 balas” sea una obra superada por sus infinitas ambiciones, pero lo cierto es que el placer de su lectura (y de futuras relecturas) la convierte automáticamente y por derecho propio en una de las series de comic americano más importantes de la década 2K, con una última página que atraviesa nuestras córneas y se instala en nuestro cráneo como un disparo en la cabeza.

Ahora que se ha terminado, prefiero no decir adiós. Me conformo con un simple “Croatoa”.

2 comentarios:

charlie furilo dijo...

Lo he comprado con una mezcla ilusión y pena porque la serie se acabe, pero no he tenido tiempo de leerlo con el ajetreo de los "Pilares". Cuando lo haga sabrás mi opinión.

Jero Piñeiro dijo...

Estaré encantado de leer tus apreciaciones sobre el final de esta gran serie, amigo Furilo ;)