sábado, marzo 06, 2010

Y vio Crumb que era bueno

Seguro que habréis visto, tal vez en televisión o quizás en algún supermercado, un producto destinado a niños muy pequeños llamado algo así como “Mi primer yogur”. En su nombre parece estar claramente implícito el hecho de que, dada la cultura gastronómica de nuestra sociedad, ése será el primero de muchos yogures que una persona tomará hasta el día en que se muera. Porque los yogures son algo que está presente en nuestras neveras día tras día y que forma parte de la vida de todos nosotros. ¿Quién no ha tomado un yogur alguna vez?

Algo parecido me sucede a mí con algunos dibujantes de comic: una vez los pruebo, parece claro que ya no me despegaré de ellos durante el resto de mi vida lectora. Esta semana le llegó el turno a “mi primer Crumb”.


Aunque me avergüence un poco admitirlo, nunca había leído un comic dibujado por Robert Crumb. Claro que había oído hablar y leído sobre él infinidad de veces, pero nunca había dado el paso siguiente, quizás por prejuicios (cuando era un lector más pijamero e inexperto), quizás por disponibilidad económica (después, cuando ya compraba tantos comics al mes que ni me planteaba seguir expandiendo horizontes por miedo a mi propia ruina) o, muy probablemente, por no tener ni idea de por dónde abordar la obra de tan particular autor. Eso cambió con la publicación, hace unos meses, de su “Génesis” por parte de La Cúpula. Tal fue su repercusión en el mundillo viñetero que un servidor se dijo: “ésta es la mía”.


Pese a no ser una persona creyente, desde niño me han atraído las religiones. Por cuestiones culturales, la más presente en mi educación ha sido desde siempre la tradición judeocristiana (servidor fue, de hecho, alumno en una escuela dirigida por monjas), pero desde pasada la pubertad no he tenido por más válidas las unas que las otras, resultándome todas ellas interesantes (y éticamente discutibles) por igual. Es por eso que este “Génesis” de Crumb me parece una lectura fascinante tanto por sus méritos estrictamente tebeísticos como por la temática que aborda.

En él, el laureado pope del underground se pliega absolutamente ante el material a retratar y se abstiene de hacer reinterpretaciones argumentales del libro (supuestamente) inspirado por Dios. Manteniéndose asombrosamente fiel al(los) texto(s) original(es) (son muy interesantes las explicaciones incluidas al respecto en el prólogo y los apéndices del tomo), Crumb se limita a narrar de la forma más clara y fluida posible los acontecimientos contenidos en el Génesis bíblico, dejando a un lado cualquier afán de protagonismo propio de un artista de su prestigio.


Inevitablemente, el hecho de sumar a las palabras de la fuente literaria un ingente contenido en imágenes implica cierta interferencia autoral, pero tampoco Crumb parece pretender lo contrario: este “Génesis” no aspira a ser una obra de consulta religiosa ni un tratado histórico veraz (nada más lejos de la mitología judeocristiana, claro), sino simplemente un volcado a viñetas del primer libro del Antiguo Testamento, ilustrado por un dibujante tan meticuloso como narrativamente capacitado para tales labores.


Poco hay que añadir sobre el buen hacer gráfico de Crumb que no hayan dicho ya muchos otros estudiosos del Noveno Arte: aquí su trazo luce imbatible, con una potencia visual y una expresividad en sus personajes que no deja de provocarme una rendida admiración. También el incalculable esfuerzo de ambientación o de diferenciación fisonómica merece todo tipo de alabanzas.


Con todo, quizás lo más llamativo del duro trabajo llevado a cabo por Crumb no sea tanto el ilustrativo (que, reincido, es de sobresaliente) como la impronta de un ritmo de lectura ágil y ameno a un material de partida tan denso y farragoso como son las escrituras sagradas. Fragmentos que se me atragantaron en su momento (hace años, cuando me propuse infructuosamente leer la Biblia de forma ordenada y rigurosa) respiran aquí una frescura y un dinamismo que jamás hubiera podido imaginarme a priori. Crumb hace fácil algo que parecía a todas luces imposible y lo hace además con una sencilla estructura de tres tiras de viñetas por página (un canon clásico) y sin marear la perdiz con ambiciosas soluciones narrativas (que quizás le vengan que ni pintadas a obras de otro talante y pretensiones, pero que aquí no hubiesen conseguido sino entorpecer la ya de por sí intrincada sucesión de acontecimientos). No es este “Génesis” un tebeo con vocación experimental, sino más bien la plasmación de un saber hacer narrativo cultivado a lo largo de los años que permite al autor reducir lo superfluo a la mínima expresión, logrando, ante todo, una total eficiencia expositiva.


Por supuesto, el interés que este tebeo pueda despertar en unos y otros lectores dependerá en gran medida de la mayor o menor atracción que éstos sientan por la historia sagrada, por lo que antes de afrontar su lectura uno debe estar sobre aviso: el “Génesis” de Crumb, por mucho Crumb que luzca en la portada y el lomo del libro, sigue siendo el “Génesis”.

Por mí, estupendo.


(Ahora, claro, toca lanzarme de cabeza a por esas “Obras completas” que La Cúpula edita desde hace un tiempo seleccionando por temática y contenidos los trabajos más representativos de Robert Crumb. Al igual que hice aquella vez hace años con la Biblia, empezaré por el principio y de forma rigurosa. Próxima parada: “Obras completas 1: Mis problemas con las mujeres”.)

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