viernes, junio 18, 2010

Sangre, sudor, heces y esperma

Tras dos años cogiendo polvo en la estantería de mi dormitorio y casi dos meses de lectura intermitente (me permití, por el bien de mi salud mental, intercalar obras más ligeras cada dos o tres de los siete enormes capítulos que conforman el libro), esta semana concluí la lectura de la novela de Jonathan Littell “Las benévolas”, que tanta repercusión y tan buenas críticas cosechó en el momento de su publicación, allá por el 2006, en tierras francesas (la edición española tardó más de un año en ver la luz, pese a ser un texto galardonado con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el prestigioso Premio Goncourt, que antaño recibieran ilustres prosistas como Marcel Proust o Simone de Beauvoir).


No es “Las benévolas” un libro fácil de recomendar. Tampoco de leer, ya puestos. A su algo injustificada extensión (mil páginas en la versión que yo tengo, de las que quizás se podrían haber aligerado unas doscientas) hay que sumar una gran densidad de información y un elevado contenido en violencia, tanto física como psicológica.

Escrita en primera persona a modo de memoria vital, “Las benévolas” enfrenta al lector con el turbador personaje de Maximilian Aue, antiguo oficial de las SS que durante la II Guerra Mundial vivió de primera mano, aunque casi siempre como mero espectador, algunos de los momentos más destacados del auge y posterior caída del nacionalsocialismo germano. Así, su relato nos conducirá desde la Ucrania de las purgas llevadas a cabo en zanjas en medio de los bosques hasta los últimos días del Reich en un Berlin dantesco donde el salvajismo de invasores e invadidos alcanzó cotas absolutamente demenciales. Por el camino, el lector visitará el infierno de Stalingrado y el espanto indefinible de los Konzentrationslager donde judíos, disidentes políticos, homosexuales y prisioneros bolcheviques trabajaban para la industria militar en condiciones de vida inenarrables o eran directamente gaseados y sus cuerpos calcinados en los hornos (todo por el bien del pueblo alemán, por supuesto).

Se deduce de esta sinopsis que “Las benévolas” no es, precisamente, un camino de rosas. Littell (y por consiguiente Aue, su protagonista) no rehuye la descripción del horror bajo ninguna de sus formas, produciendo su prosa alguna de las imágenes más desagradables (y sin embargo creíbles; todos sabemos, pese a que no queramos ni imaginarlo, que el Holocausto fue prolijo en monstruosidades de todo tipo) que he leído jamás. Más descorazonador y ofensivo resulta aún el modo en que estas mismas barbaridades son perpetradas por sus autores, a veces con ensañamiento y regodeo y a veces con total abulia y cotidianeidad. Con el piloto automático puesto, como quien dice.

El millar de páginas que conforma “Las benévolas” rebosa de sangre, sudor, heces y esperma, y por momentos uno puede escuchar vívidamente, casi como si estuviera allí, los alaridos de un soldado mortalmente herido en Stalingrado que llama a su madre entre dolorosos estertores, o percibir la pestilencia dulzona que impregna el cielo de Auschwitz mientras densas nubes negras emergen de las chimeneas de los grandes hornos. Nada fácil, como decía.

Tampoco nos reconciliará con el mundo la historia personal del narrador: un hombre extremadamente culto, francófilo y (según se mire) dotado de gran sensibilidad, aferrado a la doctrina del Führer más por sentido del deber que por convicción, y reacio, al menos en un primer momento, al uso de la violencia más que como último recurso. También, víctima de una compleja vida familiar y una turbulenta sexualidad que entroncan, ambas, con las tragedias clásicas griegas (remitiéndose ahí, de forma simbólica pero de vital importancia, a las Euménides que dan título al libro).

No obstante, no es lo relativo a Aue lo más relevante de la novela (al menos a mí no me lo ha parecido, pese a que sea el hilo conductor de la trama), sino la elaboradísima y en ocasiones desbordante descripción de los vericuetos burocráticos del Reich, sus odios intestinos entre jerifaltes y sus reinterpretaciones (plausibles, asumo, aunque difícilmente demostrables) de algunas de sus figuras históricas más destacadas. Pasan por la vida de Aue miembros notables del partido como Heinrich Himmler, Joseph Goebbels, Reinhard Heydrich o Albert Speer, además de otros creados exclusivamente para la ocasión pero no menos interesantes como Thomas (incansable amigo de Aue, oficial de las SS y constante fuente de información sobre el estado de las intrigas gubernamentales), el lingüista Voss (quizás uno de los pocos personajes, junto con Hèlene, por los que el lector puede permitirse sentir simpatías) o el misterioso y mefistofélico Dr. Mandelbrod, cuyas apariciones rozan siempre el surrealismo de la política-ficción orwelliana.


A todas luces, la labor de documentación de Littell (quien, por cierto, decidió escribir la novela en francés pese a ser de nacionalidad estadounidense, estar afincado en Barcelona, haber trabajado durante años en Rusia y poner el texto en el puño y letra de un personaje alemán) ha sido titánica. Se dice que tardó cinco años en recopilar información sobre el tema y leer más de doscientos ensayos sobre la “vida” (por llamarlo de algún modo) en los campos de concentración, la situación en el frente oriental y la caída del Reich, mientras que la labor de escritura final se redujo sólo a uno. Quizás ambas cosas sean demasiado evidentes mientras uno lee “Las benévolas”: existe, por un lado, un exceso de información que el lector en ocasiones se siente incapaz de asimilar (salvo que sea un historiador ducho en la materia, claro); persiste, por el otro, la sensación de que si el autor (conocido ahora por su esquiva misantropía alla Salinger) hubiese pulido algunas aristas narrativas, estructurales o puramente gramaticales, estaríamos hablando de una obra maestra sin paliativos.

No lo es, al menos en mi nada modesta pero siempre discutible opinión, pero sí un libro fascinante, difícil y en ocasiones incluso extenuante, pero que a la larga recompensa la energía invertida por el lector con imágenes poderosas, episodios imborrables y, sobre todo, una percepción bastante más compleja, enriquecedora y diferente del fresco histórico nazi, ése que en tantas ocasiones vemos reducido, en multitud de manifestaciones culturales (ya sea cine, comic o literatura), a la figura aislada de un Hitler egomaníaco y desquiciado y un desdibujado pueblo alemán al que, en el fondo, le tocó cargar la fama de una lana cardada por otros. Lo cual no lo exime de su parte de culpa (primero como fermento del nacionalsocialismo y luego como masa gregaria) pero al menos lo humaniza hasta niveles algo más comprensibles para el lector.

Al fin y al cabo, como dice el propio Aue en la conclusión del primer gran capítulo de sus memorias: “vivo, hago lo que es factible, eso es lo que hace todo el mundo, soy un hombre como los demás, soy un hombre como vosotros. ¡Venga, si os digo que soy como vosotros!”

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Un apunte extra-literario:


Como sabrán algunos asiduos al blog, gran parte de mi imaginario personal viene conformado por el lenguaje visual, especialmente por el cine y los comics. Inevitablemente, durante la lectura de “Las benévolas” acudieron constantemente a mi cabeza, para ilustrar el relato, instantáneas provenientes de películas como “El hundimiento”, “El pianista”, “Enemigo a las puertas” o “Valkiria” y “La lista de Schindler” (a cuyos protagonistas se hace referencia explícita en la novela), así como tebeos como el “Maus” de Art Spiegelman, auténtico a-b-c de los sentimientos de un superviviente al Holocausto. Además, paralelamente a la lectura de las últimas páginas del libro he estado viendo esa gran serie de la HBO titulada “Hermanos de sangre” (a la que en breve dedicaré su pertinente reseña) que da buena cuenta de lo que transcurría en el frente occidental mientras los rusos hacían pedazos a las tropas del Reich en su marcha hacia Berlin.


Fue para mí muy satisfactorio comprobar cómo unas y otras referencias no sólo no se contradecían en sentido alguno, sino que se entrelazaban y complementaban a la perfección, engrandeciendo la imagen global, históricamente veraz, que servidor se iba componiendo página a página en su cabeza.

3 comentarios:

Home de xeo dijo...

Aún no se lo han leído, por cierto...jajaja

Jero Piñeiro dijo...

Si te soy sincero, yo tampoco veo a mis padres leyéndose este libro. Igual fui algo temerario (por desconocimiento) al recomendártelo, jejeje. Creo que a ti te gustaría más que a ellos...

Home de xeo dijo...

Mmm No lo han leído porque está a la cola, pero ya les llegará. Tomo nota ;)