domingo, octubre 17, 2010

¿Quién es John Galt?

Durante las últimas semanas he estado enfrascado en la lectura de una obra tan irregular como fascinante: “La rebelión de Atlas” de Ayn Rand.

El argumento de la novela presenta unos EE.UU. distópicos (a la manera del “Nosotros” de Zamiátin, “1984” de Orwell o “Un mundo feliz” de Huxley) donde los más valiosos elementos de la sociedad (los auténticos artistas, los más esforzados científicos, los pensadores del individualismo y -ay- los más ambiciosos empresarios) se ven continuamente sometidos, en contra de lo que consideran justo y racional, al interés colectivo, a las necesidades del resto de la humanidad. Así, el gobierno legitima políticas económicas que perjudican a los principales generadores de riqueza para poder repartir los beneficios no en función de la productividad de cada uno y la valía real de su producto, sino en base a la necesidad del rezagado, del empresario mediocre, del obrero que, sin esfuerzo, busca que sean otros quienes pongan un plato de comida en su mesa. En este contexto, Dagny Taggart, heredera y directora en funciones (el auténtico director es su siniestro hermano James) de la compañía ferroviaria Transportes Taggart, comenzará a percatarse de cómo los hombres y mujeres más valiosos del país (industriales de la metalurgia, compositores de música, eminentes científicos y filósofos y -ay- banqueros de renombre) van desapareciendo progresivamente, dejando a la nación sin su principal sustento. Como todo indicio de que algo no marcha bien, en los labios de los hombres y mujeres estadounidenses se formula desde hace años una única pregunta, una muletilla que viene a decir que nadie puede estar jamás seguro de nada: “¿quién es John Galt?”


Rand, ferviente anticomunista nacida en Rusia en 1905 como Alisa Zinovievna Rosenbaum y emigrada a EE.UU. a los 21 años, fue escritora de novela, teatro, ensayo y guiones cinematográficos, así como la principal impulsora de la filosofía objetivista. El Objetivismo parte de la Lógica aristotélica (a la que Rand veneraba por encima de todo) para desarrollar un sistema de valores que propone que la realidad es algo absoluto, independiente del individuo, y que éste sólo puede percibirla mediante los sentidos y comprenderla mediante el uso de la razón. La consecuencia final de estas bases es que la única vida que merece ser vivida es aquella que busca la felicidad (el interés propio racional) en un sistema -ay- ferozmente capitalista, al margen de cualquier intervención estatal en el desarrollo de la libre economía (si queréis conocer toda la línea de pensamiento que lleva a Rand a tales conclusiones más os valdría leer la novela, concretamente el capítulo titulado “Yo soy John Galt”; yo no tengo estómago ni ganas de hacer aquí un desglose pormenorizado de su filosofía).


Los héroes randianos son eminentemente egoístas. Gente que busca el máximo beneficio aplicando estrictamente la lógica de la oferta y la demanda, que no ayuda al prójimo porque éste lo necesite sino porque tiene algo que ofrecer a cambio. No son corruptos, claro; de hecho, abominan de la corrupción del empresario que proyecta una imagen altruista pero se enriquece a costa del sufrimiento ajeno. Para Rand, cualquier política social derivada de la necesidad de quien menos tiene es no sólo irracional, sino una tendencia colectivamente suicida. Tampoco existen para la escritora las medias tintas: el subjetivismo (cualquier tono de gris entre el blanco y el negro) es palabrería de místicos (“místicos del espíritu” o religiosos y “místicos del músculo” o -ay- comunistas), malvados opresores que luchan contra todo lo que es racional, todo lo que es justo y, en definitiva, todo lo que es vida (Rand llama a esto, adelantándose al “Cuarto Mundo” de Jack Kirby, la “antivida”).

Argumentalmente, como literatura de ocio y evasión, “La rebelión de Atlas” funciona a las mil maravillas. Es cierto que Rand no es la mejor escritora del mundo (sus descripciones heroicas tienen un punto pornográficamente cursi al estilo “jardinero cachas de novela de Danielle Steel”), pero es igualmente cierto que me ha mantenido pegado a una novela sobre industriales oprimidos, nacionalizaciones de minas de cobre y líneas ferroviarias en apuros (sí, mis temas favoritos) durante casi 1.300 páginas gracias a un fluido ritmo narrativo, una fuerte caracterización de personajes y algunos giros argumentales absolutamente brillantes. “La rebelión de Atlas” es, ante todo, un libro entretenidísimo.


El problema, me temo, es que a Rand le pueden las ínfulas filosóficas. No conforme con escribir una buena novela con la que divertir y sorprender al lector, se esfuerza lo imposible por adoctrinarlo en su amado Objetivismo, sermoneándolo siempre que se presenta la ocasión para evitar que caiga en las malvadas garras de “los místicos” y la “antivida”. Esta tendencia a la regañina discursiva se eleva al paroxismo más absoluto en el citado capítulo “Yo soy John Galt”, una suerte de abstracto monólogo filosófico en el que Rand desglosa punto por punto todos los aspectos de su pensamiento. Todo lo que las 1.000 páginas precedentes pretendían hacernos entender queda explícitamente de manifiesto en esas 60 abrumadoras páginas que no dejan lugar a una interpretación personal de los hechos. Y a mí, qué queréis que os diga, me gusta poder sacar mis propias conclusiones. Por suerte, luego la trama recupera la frescura perdida y el final vuelve a ser tan intenso y épico como la situación lo requiere (desde un punto de vista moralmente deleznable, al menos para el abajo firmante, pero intenso y épico al fin y al cabo).

Tampoco me hace ni puñetera gracia la constante necesidad de Rand de arremeter contra las mezquinas y tercermundistas repúblicas populares europeas, asiáticas y sudamericanas sólo para ensalzar, de forma infantil y la mayor parte de las veces ridícula, los valores fundacionales de los EE.UU. Como si su historia no estuviera escrita con el mismo oro manchado de sangre que la de cualquier otra nación de este planeta. Peor aún, como si el concepto de nación, con sus límites territoriales y sus símbolos (el signo del dólar, omnipresente a lo largo de toda la novela) significara realmente algo. Ya lo dijeron los indios cuando los colonos les preguntaron cuánto pedían por sus tierras: “¿cómo os vamos a vender algo que no pertenece a nadie?”

Pero, en fin: no me supone ningún problema leer una novela (o ver una película, o leer un tebeo) con cuya filosofía estoy en desacuerdo. Si uno sólo prestase atención a aquello con lo que a priori ya comulga, sería prácticamente imposible cambiar jamás de opinión (y cambiar de opinión a veces es bueno). Además, no creo que Ayn Rand y un servidor tengamos una visión de la vida totalmente irreconciliable. En términos sociales y económicos su doctrina, aunque argumentada, me parece malvada y peligrosa, pero desde un punto de vista individualista me resulta fácil hallar ciertas virtudes en su discurso. Es precisamente por eso por lo que no descarto hacerme en algún momento futuro con una copia de su otra gran novela (no sólo por extensión sino por repercusión), “El manantial”.


Creo además que la obra de Rand, se esté de acuerdo con ella o no, tiene su importancia en términos extra-literarios. Sus postulados han tenido gran influencia en personajes como Steve Ditko (sus creaciones The Question y, en mayor medida, Mr. A, cuyo nombre proviene de la máxima aristotélica “A es A”, representan los máximos valores del Objetivismo), el creador de la Wikipedia Jimmy Wales o el Mr Universo Mike Mentzer. Es frecuente comentar, a tenor de “La rebelión de Atlas”, que se trata, según una encuesta realizada por la Biblioteca del Congreso de los EE.UU., del segundo libro más influyente en la vida de los estadounidenses, superado únicamente por la Biblia. Acojona, lo sé.


“La rebelión de Atlas” es también la principal fuente de inspiración de la saga de videojuegos “Bioshock” (cuya próxima entrega, subtitulada “Infinite”, tiene una pinta que te cagas) e incluso ha tenido cierta repercusión en la obra del bardo de Northampton, mi admirado guionista de tebeos Alan Moore. Moore, quien se declaró públicamente en contra de la filosofía de Rand, tuvo la audacia de inspirarse en algunos de los más destacados episodios de “La rebelión de Atlas” para enriquecer argumentalmente su soberbia colaboración con David Lloyd, “V de Vendetta”: distintas filosofías, mismas soluciones narrativas.


Yo personalmente me alegro mucho de haber leído esta novela. Me lo he pasado en grande siguiendo las desventuras político-empresariales de Dagny Taggart, Hank Rearden y Francisco D'Anconia (su speech sobre “la supuesta maldad del dinero” es perversamente loable), le he dado un par de vueltas a algunos conceptos importantes (aunque sólo fuera para acabar en el mismo lugar donde comencé: a la izquierda de Rand y a la derecha de Lenin) y, qué demonios, ya puedo decir que yo sí sé quién es el maldito John Galt.

Una última curiosidad: justo cuando terminé de leer “La rebelión de Atlas”, el pasado viernes, puse la televisión y me encontré en CNN+ con la comparecencia de la vicepresidenta Fernández de la Vega a cuento de los últimos presupuestos del Estado. En vista de sus declaraciones, no me costó imaginarme a una Ayn Rand esquizoide armada con un cuchillo saltando sobre ella en plena rueda de prensa y grabándole con el filo del arma en la frente, al más puro estilo Aldo Raine, el símbolo del dólar.

Qué imaginación la mía, ¿eh?

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hombre... yo creo que Ayn Rand tiene que estar revolcandose en la tumba ahora mismo con lo que esta pasando en el mundo. Yo acabo de terminar de leer "La rebelión de Atlas" y me ha encantado... ya tengo "El Manantial" para empezarlo máñana ^_^

Me ha gustado mucho tu anotación en el blog al respecto ;)

Jero Piñeiro dijo...

Ante todo bienvenido y gracias por comentar, Francisco Jose. Estoy de acuerdo contigo en que Rand debe estar revolcándose en su tumba, pero lo que no tengo claro es si lo estará haciendo por las razones adecuadas. A mí, como comenté en la entrada, el libro me hizo pasar un (largo) rato estupendo, pero las ideas de esta mujer, sobre todo en términos económicos, me dan un poco de repelús. Hoy por hoy las cosas están en el mundo bastante chunguitas (es una generalización, pero supongo que ya me entiendes), pero no creo que la filosofía de Rand fuese a mejorar en absoluto la situación...

Por otro lado, yo me leeré "El Manantial" en algún momento futuro, estoy convencido. Y también estoy seguro de que lo disfrutaré. Pero por norma general intento no leer dos novelas de un mismo autor seguidas ni muy próximas (salvo que pertenezcan a una misma saga, claro). Primero, porque puedo acabar cansándome de su estilo (me gusta ir variando de propuesta literaria, tanto a nivel formal como temático) y segundo porque invita a hacer comparaciones entre ambos títulos, con lo que normalmente uno acaba estableciendo comparaciones y juzgando injustamente (menospreciando) a uno de ellos.

Prosanatos (prosanatos@gmail.com) dijo...

¿Ya vieron la pelicula?

http://www.youtube.com/watch?v=cXffK8fSJ8A

Jero Piñeiro dijo...

Muchas gracias por el enlace, Prosanatos :D

Cuando tenga un rato le echaré un ojo a la película. De todos modos había leído críticas bastante negativas sobre ella (y yo personalmente no veo el libro como un material cinematográfico de primera...)

Prosanatos dijo...

Acabo de ver “El Manantial” con Gary Cooper, y quedé encantado. Películas así, que te inciten a leer un libro, no abundan. La recomiendo ampliamente.

PD: les dejo este Link
http://objetivismo.org/

Jero Piñeiro dijo...

Yo aún no la he visto. Quiero leer primero la novela, pero me temo que tengo unas cuantas (bastantes, de hecho) aún pendientes antes de volver sobre Ayn Rand. Eso sí: cuando lea el libro me lanzaré ipso facto a por el film (que además ya lo tengo en mi poder; es sólo cuestión de tiempo).

Ah, y gracias por el link ;)

Arturo Alessio dijo...

Me resultó bastante justificada tu análisis sobre la obra de Rand. Sin embargo me encuentro plenamente en desacuerdo con tus argumentos en contra del sistema capitalista de laissez faire. Pienso que si tenías argumentos para refutarlo debiste exponerlos en este post en lugar de mostrar sólo tus conclusiones.

Con la lectura de "la virtud del egoísmo" seguido de "capitalismo, el ideal desconocido" habrías captado ampliamente la necesidad de un sistema capitalista y su integración no contradictoria con la ética objetivista, o al menos tendrías a mano todos los supuesto que necesitarías para refutar públicamente a Rand. Creo que por el momento me llevo la impresión que tú mismo has dejado colar en tus escritos: "En términos sociales y económicos su doctrina, ***aunque argumentada***, me parece malvada y peligrosa". En pocas palabras, te opones a la razón "de alguna manera", más no sabemos cómo.

De todas maneras disfruté mucho leyéndote y me maravilla la precisión que exaltas a cada momento sobre tu análisis... para mí también fue un libro cautivador de principio a fin.

Jero Piñeiro dijo...

Bienvenido al Abismo y muchas gracias por tu comentario, Arturo. Desde luego no pretendía hacer una refutación rigurosa de la filosofía económica de Rand. De hecho, no es algo que me interese demasiado hacer en el blog. Creo que entrar en discusiones políticas o económicas (o religiosas, ya puestos) sólo conseguiría atraer atenciones indeseadas hacia una página que no busca nada más que reseñar películas, comics, libros o discos como los instrumentos de ocio que son. Por consiguiente, en esta entrada simplemente quería expresar cómo, pese a estar en desacuerdo con la visión sociológica de Rand, había conseguido disfrutar enormemente de la novela. Un saludo.