domingo, marzo 13, 2011

Back in the U.S.S.R.

“Mire usted, mi excelentísimo Rodion Románovich: hay que tener presente una cosa; el caso general, ese mismo que tienen en cuenta todas las fórmulas y reglas jurídicas, el que consideran y describen los libros, no existe en realidad, por la sencilla razón de que cada asunto, cada crimen, por ejemplo, no bien ha ocurrido en la realidad, inmediatamente pasa a convertirse en un caso particular; a veces en un caso tal, que no se parece en nada a todo lo anterior.”

(“Crimen y castigo”, Fiódor Mijáilovich Dostoievski)


Si lo que uno quiere es quedar de hombre culto e instruido, citar a los escritores rusos del siglo XIX es siempre una opción inmejorable. Primero, porque la gran mayoría de las obras de Tolstoi, Dostoievski o Chejov están consideradas grandes clásicos de la literatura universal. Segundo, porque no las ha leído ni la mitad de la gente que dice haberlo hecho, con lo cual su sola mención lo sitúa a uno en una esfera superior de conocimiento (aparente). Vamos, que suena tope elitista y le hace sentir a uno más cool que Eduard Punset con una camiseta de AC/DC.

Pero una cosa es saber que “Guerra y paz” es una de las novelas más importantes de todos los tiempos y otra muy distinta es haberla leído. (Del mismo modo que cualquiera puede citar “Intolerancia” de Griffith o el “Napoleón” de Gance pero, ¿cuántos las han visto enteras? Yo no, desde luego).


Como un servidor suele prestar atención a las obras con buena prensa, tiene por costumbre no amedrentarse ante los clásicos (por correosos que se prometan) y de vez en cuando cede a sus impulsos elitistas y ególatras (soy humano y tengo, incluso, mis pequeños defectillos), decidió hace unas semanas empezar a leer al bueno de Dostoievski (Fiódor para los amigos) por uno de sus títulos más emblemáticos: “Crimen y castigo”. (No me negaréis que con ese título no se os hace la boca agua: “Crimen-Y-Castigo”, toma ya. Eso tiene que “hacer bola”, que diría Aaaaaaalan Moore).

La novela, escrita en el año 1866, narra la miserable existencia de Rodion Románovich Raskolnikov, un joven estudiante de leyes que vive en la ciudad de San Petersburgo (conocida también, dependiendo del momento histórico, como Petrogrado o Leningrado... ¡cuántas cosas sé, diantres!). El pobre Rodia apenas tiene dinero para pagarse el alquiler del zulo que habita y para comer de cuando en vez, y pasa sus días y sus noches tirado en el diván de su irrisorio apartamento, sufriendo delirios de grandeza y cavilando el modo de cumplir con un destino dorado que se le escapa, o eso cree él, debido a su precaria situación económica. Así que el muchacho se hace con un hacha, se va de visita a casa de una vieja usurera, presumiblemente montada en el rublo, y se la carga al más puro estilo Patrick Bateman (aunque sin Huey Lewis). Eso, resumiendo mucho, se corresponde con el primer centenar de páginas de “Crimen y castigo”. El resto del libro (unas 600 páginas más; sí, es larguito) se centra en lo que después ocurre: Raskolnikov consigue eludir a la justicia y trata de recuperar el ritmo de su quehacer cotidiano sin levantar sospechas, pero algo oscuro comienza a crecer en su interior, provocándole toda clase de fiebres, pesadillas y morbosas reflexiones. ¿Es acaso la culpa? ¿O sus propias creencias en un peculiar elitismo moral, que se burlan de su incapacidad para cometer el crimen perfecto?


Sin ningún género de duda, es en el aspecto psicológico de la obra donde Fiódor (Fio, en la más recogida intimidad) da rotundamente en el clavo con “Crimen y castigo”. El personaje de Raskolnikov, esquivo y sombrío en un principio, y con el que además es difícil empatizar antes de cometer el asesinato de la vieja usurera, va desenrollando paulatinamente el misterio de su personalidad a lo largo de toda la obra, pudiendo ésta considerarse más descriptiva del carácter de su protagonista que puramente narrativa. Los hechos transcurridos en ella (hay diversas subtramas referidas a la familia del protagonista, a sus vecinos y a sus antiguos amigos de la universidad) no son especialmente importantes salvo por cómo afectan al ánimo de Rodia y le plantean dudas sobre cuál debe ser la actuación a seguir. También es interesantísimo el juego de sospechas que se establece en la segunda mitad del libro entre un paranoico Raskolnikov y el juez de instrucción Porfirii Petróvich, personaje en el que pueden rastrearse los primeros atisbos de ese L que tanto gusta a los otakus seguidores de “Death Note” (entre los que me incluyo, por cierto).


Desde un punto de vista argumental y sociológico, “Crimen y castigo” sigue siendo terriblemente actual (e incluso moderna, que son dos cosas distintas) aún 150 años después de su aparición, y es indudablemente en la forma donde uno encuentra más acusado el paso del tiempo. No por la invalidez de la escritura, ojo, sino por la cadencia y la estructura de la narración.

Fio es un autor denso y en ocasiones incluso farragoso, posiblemente más por diferencias culturales (siglo y medio, miles de kilómetros y una idiosincrasia nacional completamente diferente separan la Rusia de Dostoievski de la España en que vive un servidor) que por cuestiones estrictamente literarias. Tampoco ayuda la traducción de la edición que poseo (la de DeBolsillo), me temo (aunque no pueda demostrarlo en absoluto: yo en ruso sólo sé decir “vodka”, “devotchka” y “bozhe moi”), pues se empeña en darle al estilo una pátina de antigüedad que dudo se corresponda con las intenciones (contextualizadas en su momento) de Fio. ¿Tiene sentido referir siempre la forma pronominal “acercose” en lugar de “se acercó”, más allá de recalcar la condición “clásica” del texto? Y ése es probablemente el ejemplo más insignificante e intrascendente de lo que intento exponer.


Con todo, acostumbrado uno al estilo y a la dudosa traducción (no por imprecisa, ya digo, sino por arcaizante), el libro comienza a disfrutarse en mayor medida cuanto más se avanza en su lectura, y si los primeros cientos de páginas requirieron de un esfuerzo consciente por mi parte para no desalentarme, los últimos los devoré con fruición y celeridad.

Pese a su intensidad dramática, no es “Crimen y castigo” un libro especialmente divertido. Su descripción de personajes es prodigiosa y contiene pasajes absolutamente memorables (en los que el autor juega sabiamente con la dilatación del tiempo y con la tensión entre personajes siempre al borde del escándalo y el abismo), pero a veces se hace difícil y reiterativo, no mereciendo, en mi opinión, una recomendación generalizada para todo tipo de lector. Aburrirá a la gran mayoría, agradará a unos cuantos y entusiasmará sólo a unos pocos. A mí podéis anotarme en el grupo de los segundos. Al fin y al cabo, no soy tan elitista ni tan pomposamente hipócrita como para ponerme a gritar “¡obra maestra!” por el simple hecho de haberla leído (porque, a ver, ¿qué mola más: decir que “Crimen y castigo” es uno de tus libros favoritos o tener los bemoles de utilizar la palabra favorita de los bloggers gafapastas? ¡JA!...)


PD.1 (para los que hayan alucinado con las imágenes que decoran esta entrada): en el año 1953, Osamu Tezuka (el Dios del Manga y bla bla bla) llevó a cabo una adaptación de “Crimen y castigo” al tebeo, reduciendo, infantilizando y adulterando en gran medida la trama del original (baste decir que hacia el final tiene lugar una especie de alzamiento popular comunista o que aparecen ratones parlanchines... en fin). No es un título especialmente destacable entre la vasta bibliografía del autor, pero en esta clase de reseñas siempre queda bien citar alguna rareza poco conocida para dárselas de cultureta multidisciplinar...


PD.2: sí son para tanto.

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