domingo, julio 31, 2011

Vetustos en Compostela

Supongo que no sorprendo a nadie si digo que Vetusta Morla es, en la actualidad, mi grupo español favorito. Con tan sólo dos LP's, han pasado de ser infinitamente prometedores a consolidarse como un auténtico fenómeno musical (cualitativo por un lado y de éxito comercial por el otro). El pasado 28 de julio tuve la oportunidad de disfrutar de su directo por cuarta vez (tres veces los vi en la gira de presentación de su debut, el maravilloso “Un día en el mundo”) y debo reconocer que fue, con mucho, la peor.


No se puede culpar a los vetustos del negativo balance final del concierto. El grupo lo dio todo durante casi dos horas (21 canciones, que se dice pronto; más tratándose de una formación que sólo cuenta con 24 “oficiales”, repartidas en dos discos), pero la mala acústica del emplazamiento elegido para el recital, esa Plaza de la Quintana que en Santiago de Compostela ya se ha cobrado unos cuantos fiascos técnicos (tantos como la del Obradorio, que linda también con la Catedral y que tampoco está acondicionada para esta clase de eventos), consiguió apagar la personalísima voz de Pucho ya desde los primeros compases de “Los días raros”, joya de la corona del nuevo álbum “Mapas” y posiblemente una de las canciones más rematadamente bonitas en lo que llevamos de 2011.


Quizás debido a este déficit de sonido, o tal vez porque había en la Quintana mucho lego suelto que había paseado hasta allí para ver a uno de “los grupos del momento”, la reacción del público me resultó algo desangelada. Las nuevas canciones, como “En el río” o “Boca en la tierra”, no lograron la aceptación que un servidor (que las cantaba a grito pelado, para desgracia de los silenciosos extraños que me rodeaban) se había imaginado a priori. No fue hasta la irrupción de “Copenhague”, ya un clásico por derecho propio en el repertorio de la banda, que el personal se animó y por fin se empezaron a oír coros consistentes por parte de la platea. Le siguieron “La marea” (con el mismo interludio instrumental, muy acertado, que ya me había ganado en anteriores directos) y otra de las titulares de “Mapas”, “Lo que te hace grande”, más conocida por la mayoría de asistentes gracias, supongo, al vídeo con el que se está respaldando la promoción de este segundo LP.


Esa fue, en líneas generales, la tónica del concierto: sonido lamentable, reacciones frías ante las canciones nuevas (salvo excepciones, como en la irresistible “Maldita dulzura” o en esa bomba que es “El hombre del saco”) y un tímido entusiasmo creciente ante las viejas conocidas (“Sálvese quien pueda”, “Un día en el mundo” o “La cuadratura del círculo”). Ah, y Pucho bailando espasmódicamente como si su vida dependiera de ello. Una vez más, un diez para el vocalista.


Sensaciones encontradas en mi veredicto final: Vetusta Morla hizo todo lo posible para que el concierto fuese realmente grande, pero aquello que no estaba en su mano (el sonido, la frialdad del público) jugó en su contra de forma decisiva. Yo no lamento en absoluto esta cuarta incursión en el directo de los de Tres Cantos (estupendo repertorio, ganas de hacerlo bien por parte del grupo y, en lo que a mí respecta, una compañía inmejorable), pero me quedo con el regusto agridulce de imaginar lo que esa noche habría podido ser y no fue.

Más tarde o más temprano habrá una quinta ocasión, ni lo dudéis.

martes, julio 19, 2011

Preestrenos: "Paul"

¡Marchando otra colaboración con la web Nuestros Comics! En calidad, ya sabéis, de juntaletras sobre cine de inminente estreno.

En esta ocasión la cinta abordada es "Paul", la comedia alienígena escrita y protagonizada por Nick Frost y Simon Pegg, pareja de frikis que a algunos nos cayeron en gracia en las divertidas "Shaun of the dead" y "Hot fuzz" y que ahora exploran la mitología de los hombrecillos verdes del espacio bajo la batuta del realizador Greg Mottola.


El veredicto, clickando right here, right now (que diría Fatboy Slim).

Ascenso y caída de Bruce Wayne y los hombres murciélago de Gotham

Grant Morrison es un guionista al que le gusta meterse en berenjenales: tomar conceptos clásicos y llevarlos hasta extremos a los que nadie haya llegado antes. Tal vez por eso sus etapas al frente de cabeceras segundonas (hasta aquel momento) como “Animal Man” o “Doom Patrol” fueron recibidas a finales de los 80 y principios de los 90 como un soplo de aire fresco dentro de una industria, la norteamericana, que ya estaba al rojo vivo gracias a la fértil creatividad de la British Invasion tebeística (Alan Moore, Neil Gaiman, Jamie Delano...) También por eso sus obras personales son a veces demasiado personales, y cuando uno las lee (caso de “Los Invisibles” o “El Asco”) no consigue quitarse de encima la sensación de estar perdido en una ensalada de referencias, recursos metalingüísticos y boutades escatológico-lisérgico-sexuales de difícil decodificación. Últimamente, el escocés ha venido desempeñando una importante labor como ideólogo del actual universo super-heroico de DC Comics, colaborando en títulos troncales como la deliciosa “Los siete soldados de la victoria”, la olvidable “52” y la irregular “Crisis final”, aportando además una glamourosa revisión del mito fundacional kryptoniano, fuera de continuidad, en la exquisita “All-Star Superman”. Su último gran movimiento dentro de la editorial, al menos en lo que respecta a lo publicado en nuestro país, es una extensa saga protagonizada por Batman que ha reescrito su mitología de un modo difícilmente imaginable.


Acompañado por una pléyade de dibujantes que van de lo sublime (el exiguo Frank Quitely o el siempre sorprendente J.H.Williams III) a lo horripilante (Georges Janty o Tony Daniel), pasando por la mediocridad del supuesto dibujante titular, el sobrevalorado Andy Kubert, Morrison comienza su andadura dándole a Bruce Wayne un hijo, el díscolo Damian, para luego introducirlo en una trama de conspiraciones ancestrales, guerras entre dioses y viajes en el tiempo que en ocasiones se asemeja más a un trabalenguas impronunciable que a un argumento con una presentación, un nudo y un desenlace perfectamente reconocibles.


La incontinencia creativa de Morrison, ésa que lo posee con la necesidad de introducir diez ideas bizarras por página, le juega aquí una mala pasada al impedirle reconocer que, por primera vez en mucho tiempo, su propuesta no sólo no es novedosa, sino que cae directamente en el terreno del autoplagio. Más allá de las obsesiones recurrentes del guionista (¿alguien ha dicho "viajes en el tiempo"?), su epopeya gothamita posee tantos paralelismos con su propio trabajo en los “New X-Men” de Marvel Comics que asusta. El concepto de Batman Inc., con rueda de prensa incluida, discurre paralelo a la fundación de una Patrulla X internacional con sede en las distintas capitales del mundo. La presencia de un misterioso enmascarado llamado Oberon Sexton recuerda poderosamente (así como su ridículo desenmascaramiento) a cierto tipo con el rostro oculto que Grant introdujo sin asomo de rubor en su etapa al frente de la franquicia mutante. También esa presencia antediluviana (llamémosle Barbatos) comparte aspectos en común con el enemigo definitivo de los mutantes que Morrison se sacó de la chistera en la saga “Aquí llega el mañana” (que culminaba su estancia entre los homo superior). Y, por supuesto, la respuesta a todos los grandes enigmas llega en ambos casos en un conflicto que arrastra a nuestros héroes al final de todas las cosas, en un futuro lejano donde la integridad misma del espacio-tiempo está a punto de rasgarse.


Posiblemente no me sentiría tan decepcionado si estas mismas ideas, interesantes pese a la inevitable sensación de déjà vu, se hubiesen plasmado en viñetas de un modo divertido, ágil y dinámico. Pero el Batman de Morrison y cía resulta, salvo momentos muy puntuales (sus primeros capítulos o los tres dibujados por el mentado Quitely), una lectura farragosa que hay que seguir con lápiz y papel a mano, pues las piezas del puzzle argumental chirrían tanto al encajar unas con otras que en multitud de ocasiones me han asaltado dos pensamientos: un primero que reza “¿de dónde demonios sale esto?” y un segundo que responde “¿y a mí qué rábanos me importa?”.

Independientemente de la mayor o menor calidad del tebeo, reconozco que existe otro impedimento, éste profundamente personal, que me impide disfrutar del Batman de Morrison. Se trata del concepto mismo en que se asienta la narración: éste no es mi Batman.


Está claro que un personaje con tantas décadas de historias a sus espaldas, con tantísimas encarnaciones distintas (muchas irreconciliables e incluso contradictorias), admite la reinvención propuesta por el guionista escocés tan bien (o mal) como cualquiera de las precedentes. El problema, mi problema, es que no todas esas versiones de Bruce Wayne y su alter ego noctámbulo me atraen. Mi Batman es otro: uno que no lucha contra deidades alienígenas, que no viaja en el tiempo ni se enfrenta a amenazas de índole metafísica. Mi Batman es el detective, el justiciero urbano, el hombre más peligroso en un mundo de hombres (locos, la mayoría, pero hombres). El Batman de “Año uno”, “El regreso del caballero oscuro”, “La broma asesina”, “El largo Halloween” o incluso “Arkham Asylum” (próximo a lo paranormal, pero siempre bajo el prisma de la psique humana). El Batman de Christopher Nolan, también, quien nos ofrece actualmente, en la gran pantalla, las mejores aventuras del hombre murciélago que un aficionado al personaje pudiera desear.

Aventuras que, sin embargo, siempre deberían tener un lugar entre las páginas de un tebeo.

lunes, julio 18, 2011

Preestrenos: "El hombre de al lado"

Después de un par de semanas de tranquilidad cinematográfica (no, aún no he visto el último "Harry Potter"), vuelven los preestrenos al Abismo. Y lo hacen, como ya es habitual, a través de una nueva colaboración con la web Nuestros Comics.


En esta ocasión la película sobre la que poner el foco de atención es la argentina "El hombre de al lado", una cinta de 2009 que llega con retraso a nuestro país y una sorpresa muy positiva para el abajo firmante, cuyas impresiones podéis leer haciendo click aquí.

miércoles, julio 13, 2011

Mi barra de metal

“(…)
Esta noche alguien va a probar mi barra de metal
Del que no se enfría jamás
Siempre está hirviendo
Y ahora yo quiero jugar a ser gigante
Pensemos en horizontal
Yo voy delante
(...)”

Mantengo desde hace meses una relación de amor/odio con la banda jienense Supersubmarina. Los conocí gracias al videoclip de “Supersubmarina” (sí, la canción se llama como el grupo), una reflexión sobre el drama masculino del gatillazo envuelta en una puesta en escena que bebe tanto de la obra de David Lynch ("Twin Peaks" y "Mulholland Drive", principalmente) como del “Stalker” de Andrei Tarkovsky. Y que además es pegadiza como un chicle en el paladar.


El primer larga duración de Supersubmarina, “Electroviral”, era una fusión de los tres EP's que habían ido publicando en los meses anteriores, y también uno de los discos más irregulares y sin embargo con mayor índice de reescuchas de cuantos el pop-rock español nos ofreció en 2010. Junto a temas tan inspirados como “LN Granada” o “Ana” se encuentran otros como “Cientocero” o “XXI” que parecen escritos (aunque no compuestos) por El Canto del Loco. “Electroviral” oscila entre el notable y el insuficiente como el péndulo de un metrónomo, y yo no sé si me gusta o me horroriza, si me declaro fan o detractor. Quizás ambas cosas.

El problema, me temo, es que estos chavales son tan buenos componiendo melodías con pegada, singles inmediatos, como negados para las letras. Sólo así se explica que un trallazo como “Kevin Mcallister”, que abre su nuevo EP “Realimentación”, contenga perlas como “mucho MDA / lo vamos a flipar / MGMT va a sonar” o ese estribillo que aparece en paráfrasis al inicio de esta entrada y que tiene de sutil lo que yo de inuit menopáusica. Una melodía tan enérgica y divertida merecía una lírica infinitamente mejor.


“Realimentación” es, en general, un pequeño paso cualitativo en lo que al sonido de la banda se refiere. A la ya citada “Kevin Mcallister” le sigue otro pepinazo, “Puta vida”, posiblemente el punto álgido del EP, y a ésta un corte alla The Last Shadow Puppets (salvando distancias de magnitud cósmica) titulado “Emperatriz” que mezcla con gracia el rock surfero con las bandas sonoras del cine de espías de los setenta. Cierra el disco “El encuentro”, de pretenciosa puerilidad y, sin embargo, tan adictiva como las tres anteriores. Son, en resumen, cuatro canciones que siguen a pies juntillas la fórmula de “Electroviral” aportando un plus de solidez: la promesa de una madurez compositiva que puede auparlos a la primera división del rock patrio siempre que sigan progresando en la dirección de Lori Meyers o Vetusta Morla y no en la de Dani Martín y compañía.

Ojalá el éxito les llegue poco a poco y los 40 Principales no les pongan la zarpa encima antes de tiempo...

lunes, julio 11, 2011

Un verano de cine

Aunque no se trata de la reseña de un preestreno (que es lo habitual), dejo aquí constancia de una nueva colaboración con la web Nuestros Comics a propósito del delicioso ciclo de grandes clásicos que los Cines Verdi de Madrid y Barcelona están llevando a cabo en estas semanas de, por lo demás y salvo muy contadas excepciones, insulsa cartelera estival.


Para leer mi contribución, seguid este enlace.

domingo, julio 10, 2011

Zarpas Films presenta: "Cena para tres"

Para aquellos de vosotros que alguna vez os hayáis preguntado a qué demonios dedico esos segundos muertos en los que no estoy tecleando sobre cine, música, comics, libros o series de tv, existe desde ya un blog (otro más, yeah!) en el que podréis seguir los avances en la producción del cortometraje en el que actualmente estoy involucrado junto a mis compañeros de Zarpas Films.

El proyecto se titula "Cena para tres" y podéis visitar el blog de producción pinchando en el nuevo enlace permanente situado en la columna de la derecha o haciendo click en la siguiente imagen:

sábado, julio 09, 2011

Pantanoso amanecer de agosto

“For the love, I'd fallen on
In the swampy August dawn
What a mischief you would bring, young darling
When the onus is not all your own
When you're up for it before you've grown
(...)”


En caso de ser posible el centro geométrico de un triángulo cuyos vértices fueran Simon y Garfunkel, Peter Gabriel y Antony and the Johnsons, es allí donde ubicaría a Bon Iver y su segundo LP de originalísimo título: “Bon Iver”.

Tras el éxito de crítica de su primer álbum, el intimista “For Emma, forever ago”, y de un EP publicado en 2009, “Blood bank”, el cantautor Justin Vernon regresa bajo su alias musical con un disco que despliega una mayor complejidad instrumental para arropar diez nuevas canciones que a veces encuentro fascinantes y a veces mortalmente aburridas, dependiendo de mi paciencia y mi estado de ánimo. Es “Bon Iver” un disco más admirable que entretenido, perfecto para escuchar tirado en cama con los ojos cerrados y la mente en blanco, o tumbado sobre el césped de un parque público, concentrado en el lento deambular de una hormiga o un escarabajo, o a la sombra de un árbol junto al cauce de un río, en la más absoluta soledad.

Como una película de Terrence Malick o unos nenúfares de Monet, uno es libre de encontrar en "Bon Iver" un susurrante lirismo sublime o de mandarlo a freír espárragos al segundo corte y ponerse una vez más, a todo volumen, el último y divertidísimo disco de Foxy Shazam. Depende del día, ya digo, y de lo abiertos que tenga un servidor los chakras.

De todos modos, “Towers” (cuyos versos encabezan esta entrada) me parece una canción estupenda. Y lo más animado de un disco ideal para cocinar una buena siesta veraniega.

viernes, julio 08, 2011

La verdad sobre la noche del sábado

Descubro gracias a la web "Las horas perdidas" un corto de Guillermo A. Chaia que no sólo me parece la mar de divertido y bien realizado, sino también tan riguroso y veraz como los mejores títulos de National Geographic. Se titula "El coito te nubla" y estoy seguro de que la mayoría de vosotros habréis sido testigos (o protagonistas) de hazañas nocturnas como las que en él se relatan. Podéis verlo haciendo click en el cartel que aparece a continuación:


Y la camiseta de Sarko, antológica.

EDITADO (30/7/2011): me dicen en los comentarios que se ha añadido una contraseña para ver el vídeo en Vimeo. Contraseña que desconozco, con lo cual esta entrada se vuelve bastante inservible por el momento. He buscado el vídeo en otros portales estilo YouTube y tampoco ha habido suerte. En fin, prometo reenlazarlo en cuanto lo localice...

Comunistas estivales

En estos días de bochornoso calor donde cualquier sombra se considera santuario para el peatón, pocos títulos pudieran parecer tan apropiados para un tebeo como “Un verano insolente”, tercera colaboración (tras los sobresalientes “Un poco de humo azul” y “El vals del gulag”) del tándem guionista/dibujante formado por el galo Denis Lapière y el español Rubén Pellejero.


Publicado originalmente en Francia en dos álbumes, “Un verano insolente” llegó hace unos meses a las librerías de nuestro país en una de esas jibarizadas ediciones integrales que pretenden sacar rédito al tan manoseado (y sin embargo indefinible) concepto de “novela gráfica”. Ya se sabe cómo piensa el lector de tebeos de reciente (y gafapastosa) filiación: si no lo protagonizan tipos cachas vestidos de coloridos uniformes y tiene el tamaño de una obra literaria de bolsillo, ¡qué demonios!, debe ser arte. Flaco favor le hace, sin embargo, la reducción de formato al arte de Pellejero, uno de esos exquisitos dibujantes a los que les sienta de maravilla esa máxima de la industria del porno que dice que “cuanto más grande, mejor.”


El argumento de “Un verano insolente” se centra tanto en la relación entre la fotógrafa Tina Modotti y su maestro y amante Edward Weston como en el ambiente reinante entre la intelectualidad comunista del México de los primeros años veinte. La historia está narrada en flashback por un amigo común de la pareja, el escritor homosexual Théo, la noche siguiente al fallecimiento de Modotti, y por ella pululan otras figuras históricas (y artísticas) como Diego Rivera, Xavier Guerrero o David Siqueiros, a los que un servidor tenía el dudoso gusto de conocer gracias a la hagiografía cinematográfica “Frida”, dedicada a la Khalo por la realizadora Julie Taymor.


El aspecto plástico de “Un verano insolente” es cuanto menos notable. Quizás el salto al color digital haya empañado en cierto modo el habitual acabado superlativo de las páginas de Pellejero, pero no es menos cierto que su habilidad narrativa y su capacidad para evocar otros tiempos y geografías continúan siendo un absoluto deleite para el lector. Escenas tan aparentemente sencillas y sin embargo brillantemente resueltas como la corrida de toros de las páginas 30 a 33 ofrecen una muestra inequívoca del talento del catalán.

Desgraciadamente, la obra queda varios peldaños por debajo de mis (lo reconozco) altísimas expectativas al dejarme tras su lectura en un estado de inesperada indiferencia. Me entusiasma el modo en que Pellejero plasma visualmente el relato y reconozco el importante esfuerzo literario por parte de Lapière, pero ni los hechos ni sus protagonistas consiguen despertar en mí una pizca de empatía. Veo sólo a un puñado de charlatanes con la boca llena de grandes palabras libertarias que se dedican a festejar las noches con pulque y adulterio y a rechazar cualquier ocasión real de aproximarse al espíritu del proletariado. Teóricos del comunismo que no soportan más de media jornada en un trabajo de cara al público y sin embargo se creen capacitados para vertebrar el discurso de una revolución popular marxista. Todo ello puesto en boca de un viejo y amargado bon vivant que resulta ser, para más inri, un pedófilo confeso. Difícil, con estos mimbres, sentirse mínimamente próximo a lo narrado.


O quizás fuera ésa la intención de Lapière y yo no haya sabido sustraer el auténtico mensaje de la obra: que el comunismo fue en un momento dado una moda política presta al arribismo de una pandilla de caraduras que hablaban de la abolición de la propiedad mientras contrataban los servicios de empleadas del hogar a las que poder meter mano cuando la señora se ausentaba de la casa.

Sea como fuere, no he obtenido de “Un verano insolente” la gratificante experiencia lectora que la trayectoria del dúo autoral a priori prometía. Es decir, que sea o no un tebeo “bien hecho”, a mí no ha logrado hacerme sentir nada.