martes, agosto 20, 2013

Los exoesqueletos son para el verano

En el siglo XXII, la humanidad vive dividida entre la Tierra, campamento de chabolas de escala planetaria, y Elysium, una mega-construcción orbital situada a miles de kilómetros en el espacio y reservada a las clases pudientes. Cuando Max, obrero en una fábrica de robots, se vea accidentalmente expuesto a una dosis mortal de radiación, intentará por todos los medios (exoesqueleto de combate mediante) entrar ilegalmente en Elysium, paraíso sanitario donde todas las enfermedades tienen cura.


Ésta es, grosso modo, la sinopsis de “Elysium”, segundo largometraje del realizador Neill Blomkamp, quien fuera recibido como una de las mayores promesas del cine fantástico actual gracias a su previa “District 9”, brillante alegoría alienígena sobre el apartheid. Resulta curioso leer ahora la reseña que en su día dediqué a la ópera prima de Blomkamp, pues todos los posibles errores que aquélla fintaba para constituirse en una película valiente y carismática, “Elysium” los comete uno tras otro hasta echar por tierra lo que podría haber sido un interesantísimo film de ciencia-ficción con tintes sociales.


No es que la idea de una ciudad en las alturas, situada sobre un vertedero gigante y destinada a la aristocracia económica, sea especialmente original (si no estás pensando en “Gunnm / Alita: ángel de combate” de Yukito Kishiro es que no has leído/visto suficiente manga/anime), pero su evidente lectura sociológica se merecía un desarrollo acorde con la (supuesta) profundidad del planteamiento. Y más viniendo de un director que ya había demostrado que se podía hacer algo parecido de modo satisfactorio y con un presupuesto muy inferior. El problema, o uno de ellos, es que cuanto mayor sea la inversión económica en la producción de una película, más concesiones debe hacer su guión al gran público, ese ente indeterminado (¿soy yo “gran público”? ¿lo eres tú?) que prefiere lo fácil, lo irreflexivo, lo tonto, antes que el compromiso, lo autoral, los cojones.


Decía en aquella entrada, hace cuatro años, que “si el guión de “District 9” hubiese caído en malas manos (la maquinaria hollywoodiense, básicamente) tendríamos a Will Smith (o peor, Tom Cruise) protagonizando una cinta apta para mayores de 7 años (por eso de hacer taquilla), prácticamente exenta de humor negro (gracietas a lo “Men in black” y poco más) y con un final redentor en el que el muy comprensivo presidente negro de los EE.UU. (me valen tanto Morgan Freeman como Danny Glover) cerraría el Distrito 9 para que el tribunal de La Haya juzgase a sus responsables por crímenes contra la no-humanidad.” Vista “Elysium”, esas palabras resuenan casi como una premonición.


La estrella de la función es aquí Matt Damon (¡Matt Damon!), actor mediocre por el que siento simpatía tras la estupenda trilogía de Bourne, reducido para la ocasión al tópico de héroe-global-a-su-pesar que suele acompañar a los mencionados Smith y Cruise, y que dice mucho del tipo de película ante el que nos encontramos. Le acompañan en el reparto una desaprovechada Jodie Foster ejerciendo de villana-burócrata-aleatoria (cansados no, lo siguiente, de ver malos cortados por ese patrón) y un esforzado Sharlto Copley, actor fetiche de Blomkamp, como sociópata-cacho-de-carne con el que el protagonista pueda curtirse en los minutos finales. Diego Luna es el amigo-del-chico-con-los-días-contados y Alice Braga su amor-imposible-que-inspire-redención. El ratio de clichés por minuto se dispara a medida que “Elysium” se aproxima a sus compases finales, y sólo se ve superado por los disparates de un libreto que hace de la casualidad más inverosímil su principal herramienta de construcción.


El tercio final de la nueva película de Blomkamp es tan blando, tan mainstream y tan descafeinado que uno prácticamente se olvida de las evidentes virtudes del film: una dirección sólida, un vistoso diseño de producción, unos efectos especiales alucinantes y un ritmo frenético que te tiene con los ojos pegados a la pantalla durante las casi dos horas de proyección. Persisten incluso algunos destellos de ese sano “verhoevenismo” (de Verhoeven, Paul) en la chatarrera imaginería visual y en el retrato, bastante explícito, de la violencia. Pero es un fugaz espejismo que apenas le distrae a uno de la frustración constante de estar viendo una película que aspiraba a las grandes ligas del cine fantástico con mensaje y que se queda, por cobarde, comercial y complaciente, en una decepcionante tierra de nadie.

Neill Blomkamp, tú antes molabas.

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